
Las campanas doblaron en duelo 70 veces, mientras el cuerpo del
cardenal Ernesto Corripio Ahumada fue colocado en la cripta de
arzobispos de la Catedral Metropolitana.

La última misa de
cuerpo presente del cardenal Corripio Ahumada, no fue de exequias
porque se realizó en domingo, día de fiesta. Por eso la vestimenta de
los celebrantes no era de luto, sino de festejo y para ello utilizaron
las casullas de la última visita del Papa Juan Pablo II a México, por
ser una celebración especial.

En punto de las 12 horas se inició
la procesión, mientras el féretro colocado en el pasillo central del
altar principal portaba el Evangelario, al lado se encontraba su
báculo, por haber sido pastor de la iglesia, la cual encabezó el
cardenal Norberto Rivera y el nuncio apostólico Christhope Pierre.

Para
la eucaristía llegaron 20 jerarcas católicos, entre ellos el cardenal
de Monterrey Francico Robles y representantes de otras iglesias.
También asistieron fieles de Tampico, Oaxaca y Puebla, lugares en donde
Corripio Ahumada fue obispo, así como de la ciudad de México en su
mayoría.
A ésta no asistieron integrantes de la clase política y
empresarial, sólo fieles y militantes de los Caballeros de Malta, Colón
y de las órdenes de San Silvestre, San Gregorio, Santo Sepulcro y San
Lázaro.

Al iniciar la misa, el nuncio apostólico dio lectura a
los mensajes de pésame enviados por el Papa Benedicto XVI y del
cardenal Tarciso Bertone, secretario de Estado de la Santa Sede.
su homilía, Norberto Rivera reconoció la labor de su antecesor, en
donde se delineó el trabajo de evangelización que ha seguido la iglesia
en las últimas décadas.
???
El cardenal Ernesto Corripio Ahumada dispuso que sólo la última misa de
sus funerales fuera celebrada por su sucesor Norberto Rivera Carrera,
quien ayer en ésta el purpurado destacó que su antecesor había recibido
ataques de muerte de manos criminales desconocidas cuando desgastaba su
vida por la paz y la concordia
HOMILIA DEL SEÑOR CARDENAL NORBERTO RIVERA CARRERA ARZOBISPO PRIMADO DE MÉXICO
Con profundo dolor pero confortados con la presencia
del Señor Resucitado, nuestra Iglesia Particular de México acompañada
de otras muchas Iglesias y de la Iglesia que nos preside en la caridad,
celebra llena de esperanza las exequias de mi querido antecesor el
Emmo. Sr. Cardenal Don Ernesto Corripio Ahumada.
Antes de continuar con algunas breves reflexiones
quiero, a nombre de todos mis Obispos Auxiliares y Presbiterio de esta
Arquidiócesis y de los fieles que la conforman agradecer la presencia
de los señores Cardenales, la presencia del señor Nuncio representante
del Santo Padre, los Sres. Obispos, Arzobispos y a todos los
Presbíteros y Diáconos aquí presentes y aquellos que nos acompañan con
su oración. Quiero agradecer de manera especial, al P. Daniel
Villalobos Ortiz y al P. Enrique González Torres por su cercanía y la
ayuda que prestaron al Sr. Cardenal y la caridad exquisita de las
Hermanas de la Caridad Siervas de Jesús, sobre todo a las Hnas. Piedad
Sifuentes y Silvia García Gómez, también acompañamos en su dolor a
todos los familiares y a todos los que cultivaron una profunda amistad
con el Emmo. Sr. Cardenal Corripio.
Providencialmente en este domingo IV de Pascua la
Iglesia celebra el domingo del Buen Pastor. El Buen Pastor es una bella
imagen que se aplicaba a Dios en el Antiguo Testamento, que Jesús se
aplica a sí mismo y que la tradición apostólica ha dado a los Obispos.
Cuantas veces en su ministerio Sacerdotal y Episcopal Don Ernesto
encarnó éste misterio del Señor con todas sus consecuencias: Conocer,
alimentar, buscar, curar, cargar y sobre todo dar la vida por las
ovejas.
La confesión del filósofo Bergson, es un cántico de
serenidad, de confianza y de esperanza, que sin duda inspiró a Don
Ernesto: ?Los centenares de libros que he leído no me han proporcionado
tanta luz y consuelo como los versos del salmo 23: ?El Señor es mi
Pastor, nada me falta. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo,
porque tú estás conmigo, tu vara y tu cayado me dan seguridad. El autor
de este salmo es David, un hombre como nosotros, lleno de debilidades y
pecados, pero un hombre que supo acudir a Dios, sobre todo reconociendo
su pecado: y por esto se convirtió en el Santo Rey David, de quien
nació el Cristo, el Buen Pastor de nuestras almas.
Hoy, más que nunca, la actitud de David nos debe
inspirar, a todos nosotros ya que con frecuencia nos sentimos
desorientados y débiles, nos sentimos a menudo rodeados de desconfianza
y desesperanza, muchas cosas nos confunden hasta el punto de no saber,
o de no querer saber, lo que es bueno y lo que es malo. Si supiéramos
inspirarnos como David para decir: ?El Señor es mi Pastor, nada me
falta?. Cuánta fortaleza encontraríamos. Si esta frase fuera nuestra
jaculatoria cuando hemos caído o alguien nos ha defraudado, muy pronto
estaríamos en pie y tendríamos una fortaleza que nadie puede vencer.
La Exhortación Apostólica Postsinodal Pastores
Gregis sobre el Obispo servidor del Evangelio de Jesucristo para la
esperanza del mundo, nos dice que la figura ideal del obispo con
la que la Iglesia sigue contando es la del pastor que, configurado con
Cristo en la santidad de vida, se entrega generosamente por la Iglesia
que se le ha encomendado, llevando al mismo tiempo en el corazón la
solicitud por todas las Iglesias del mundo. La vida espiritual del
Obispo favorece precisamente la fecundidad de su obra pastoral. El
fundamento de toda acción pastoral eficaz, ¿no reside acaso en la
meditación asidua del misterio de Cristo, en la contemplación
apasionada de su rostro, en la imitación generosa de la vida del Buen
Pastor? en este contexto es luminoso el lema episcopal del Emmo. Sr.
Cardenal ?Nuestro vivir es Cristo?
El Obispo debe ser el primero en mostrar, con el
ejemplo de su vida, que es preciso restablecer la primacía del « ser »
sobre el « hacer » y, más aún, la primacía de la gracia, que en la visión cristiana de la vida es también principio esencial para una « programación » del ministerio pastoral.
Ningún Obispo puede ignorar que la meta de la
santidad siempre es Cristo y Cristo crucificado, en su entrega total al
Padre y a los hermanos en el Espíritu Santo. Por eso la configuración
con Cristo y la participación en sus sufrimientos, es el camino real de
la santidad del Obispo en medio de su pueblo.
Esto es lo que escuchamos en la segunda lectura del
Apóstol San Pedro: ?Soportar con paciencia los sufrimientos que les
vienen por hacer el bien, es cosa agradable a los ojos de Dios, pues a
esto han sido llamados, ya que también Cristo sufrió por ustedes y les
dejo así un ejemplo para que sigan sus huellas?. [1 Pe 2, 20-25]
Así como el misterio pascual es el centro de la vida
y misión del Buen Pastor, la Eucaristía es también el centro de la vida
y misión del Obispo, como la de todo sacerdote. Como una exigencia de
identidad pastoral el Obispo debe ser santo porque tiene que servir a
la Iglesia como maestro, santificador y guía.
El realismo espiritual lleva a reconocer que el
Obispo ha de vivir la propia vocación a la santidad en el contexto de
dificultades externas e internas, de debilidades propias y ajenas, de
imprevistos cotidianos, de problemas personales e institucionales.
Que hermosos recuerdos tenemos todos del modo como
el Señor quiso unir la vida de Don Ernesto al misterio pascual. Las
grandes tribulaciones con que dio testimonio de su amor al Crucificado.
No solo eran sus dolores por las enfermedades de alguien que ha
consumido su vida en servicio por sus ovejas, sino especialmente el
sufrimiento espiritual por sus seminaristas, sacerdotes y feligreses, a
quienes estaba comunicando vida plena. Cuanto dolor al recibir ataques
de muerte de manos criminales y desconocidas cuando desgastaba su vida
por la paz y la concordia. Cuanto dolor causado por el terremoto de
1985 que destruyó miles de vidas y puso a prueba la fe y la caridad de
nuestra Iglesia. Pero en todo esto pudo vencer porque puso su confianza
en su Señor transfigurado, a quien cotidianamente tomaba en sus manos
en la Santa Misa.
La santidad del pueblo de Dios, a la cual se ordena
el ministerio de santificación del Obispo, es don de la gracia divina y
manifestación de la primacía de Dios en la vida de la Iglesia. Por eso,
en su ministerio debe promover incansablemente una auténtica pastoral y
pedagogía de la santidad, este deber pastoral vibraba intensamente en
el corazón del Sr. Cardenal Corripio que estaba marcado por la figura
de Santa María de Guadalupe y del humilde Juan Diego. Su ministerio
episcopal había calado en la evangelización de los indígenas y en la
promoción de los más necesitados. Como Custodio de la Milagrosa y
Venerada Imagen de santa María de Guadalupe vivió una relación filial y
de discípulo, aprendió a confiar y a encender su corazón pastoral ante
la maternal mirada de la Señora del Cielo. En esa intimidad espiritual
encontró la fuerza para llevar adelante la Causa de Beatificación de
Juan Diego, pues era como el coronamiento de su decisión de poner en
primer plano la meta a la que la Iglesia llama a sus hijos: la santidad
a través de su vida cristiana y de su compromiso de ser evangelizador
como fue nuestro primer Santo Indígena.
Su Eminencia tenía muy claro que para llevar
eficazmente el mensaje del Evangelio y la vida de la gracia a todos,
debía usar de los recursos humanos y de las estructuras organizativas
para favorecer un ágil y basto servicio pastoral, en todos los campos:
en la caridad, en la educación, en la atención de enfermos y presos, en
la catequesis, en la familia y los jóvenes, en la promoción vocacional,
en los alejados, etc. Esta visión fue plasmada en los trabajos del II
Sínodo de la Arquidiócesis de México, y vino a configurar una Iglesia
valiente y comprometida con la nueva evangelización, en la que los
laicos toman su lugar y penetran ambientes alejados, consolidando la
vida parroquial de nuestras comunidades en esta gran Ciudad de México.
Muchos otros aspectos de la vida y obra de Don
Ernesto se pueden mencionar. Si por sus frutos se conoce al árbol,
damos gracias al Padre Celestial por haber dado a la Iglesia de México
un Pastor insigne que ha dejado su huella.
Suplicamos al Señor Jesús, Puerta de las ovejas y
camino para llegar a la Casa del Padre, acoja en su corazón
misericordioso a nuestro hermano Ernesto. Que lo guíe a la felicidad
plena de la familia celestial y que luzca para él la Luz Eterna.
Encomendamos a nuestra Madre de Guadalupe y a San
Juan Diego su singular intercesión por nuestro hermano que tanto les
amó y sirvió, que goce de las alegrías prometidas a los fieles
servidores de su Señor en la Patria Celestial.
Señor, tu bondad y tu misericordia lo acompañen siempre y que viva en tu casa Señor por años sin término.