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Peregrinación de la Arquidiocesis de México


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79 AÑOS DE TRADICIÓN

                 Homilía del Cardenal Norberto Rivera en la Peregrinación Anual  a la Basílica de Guadalupe

                                       

Queridos Hermanos y Hermanas,

Demos gracias a Dios que nos permite iniciar este nuevo año a los pies de nuestra Madre Santa María de Guadalupe. Es un don que debemos aquilatar cada vez más: pues contemplar la Buena Noticia encarnada en la esclava del Señor es una lección de la que siempre podemos aprender para ser mejores instrumentos del anuncio evangélico.

 

Saludo con afecto a todos los laicos venidos de las distintas parroquias de nuestra Arquidiócesis; también a los laicos que integran movimientos y asociaciones apostólicas, al estar aquí manifiestan su comunión con el obispo y la comunidad diocesana.

Hermanos y hermanas de Vida Consagrada, les reitero mi afecto y aprecio por el servicio que realizan en favor de nuestra Iglesia local; ruego al Señor nos dé su gracia para profundizar aún más en la comunión pastoral con todos ustedes.

Queridos Hermanos Diáconos, queridos Presbíteros, diariamente estamos en comunión de oración; hoy, delante de María de Guadalupe, renovemos nuestra comunión fraterna y nuestra opción de servicio a la Iglesia y al mundo.

Queridos Hermanos Obispos, les vuelvo a manifestar mi amistad en el Señor y les invito a renovar la confianza en que la acción del Espíritu Santo nos precede siempre en la tarea de evangelización.

Como muchos hermanos en la fe, no sólo de nuestra Ciudad y de nuestra Patria, sino de muchas partes del mundo, venimos a la casita de la Señora del cielo a agradecerle su maternal intercesión y a poner en sus manos el inicio de este nuevo año de nuestra Iglesia diocesana.

En el momento actual la providencia de Dios nos presenta dos horizontes pastorales que nos desafían positivamente para continuar nuestra maduración como Iglesia evangelizadora:

?    dar un paso adelante en la capacidad diocesana para formar nuevos discípulos y misioneros de Cristo para la Ciudad,
?    y revitalizar el servicio a las familias para que nuestra pastoral habitual tenga verdaderamente esa prioridad.

La Palabra de Dios que hemos escuchado nos anima a unirnos en la plegaria con la confianza de que somos escuchados cuando pedimos hacer su voluntad. Hoy seguramente nos escucha, pues queremos poner en sus manos el compromiso de apoyar a todos los bautizados a descubrir y vivir su compromiso de apóstoles de Jesús. Y, también, rogarle para que nuestras acciones evangelizadoras sean un apoyo concreto a quienes son los primeros formadores en la fe, los padres de familia. Les invito a unirnos en esta oración al Señor, desde hoy y a lo largo de todo el año. Si estamos seguros de que escucha nuestras peticiones, también lo estamos de poseer ya lo que pedimos (1Jn 5,15). Trabajemos con entrega teniendo esa convicción de fe en su ayuda.

En la problemática de los ambientes urbanos y en los anhelos e inquietudes de los habitantes de la Ciudad, el Espíritu del Señor nos sigue urgiendo a evangelizar. Renovemos la voluntad y el compromiso para hacer presente a Jesús y su Buena Noticia en donde vivimos. Es necesario que todo testimonio evangelizador haga aparecer a Jesucristo, nuestra esperanza. Que la alegría que busquemos sea que su voz se deje oír en nuestra Ciudad. Y nosotros somos quienes hemos sido elegidos para hacerlo presente.

Que el espíritu de Juan el Bautista, el que prepara el camino del Señor, ilumine nuestro testimonio e impregne nuestra espiritualidad.
 
Que en nuestras acciones pastorales podamos decir como Juan: Es necesario que Él crezca y que yo venga a menos (Jn 3,30).

Con plena confianza en la ayuda de Dios y con mayor decisión que hasta ahora, luchemos por lograr lo que el II Sínodo nos propone: promover la integración de cada familia y de las familias entre sí; impulsar la formación, el desarrollo y la madurez de las familias; dar un acompañamiento a lo largo de las etapas de la vida familiar; acoger fraternalmente a las parejas que viven situaciones difíciles e irregulares, particularmente a los divorciados (cfr. ECUCIM 1426). Nuestras comunidades y toda la sociedad necesitan y esperan este compromiso de parte de nosotros, como Iglesia.

Llenemos de esperanza nuestra vida y nuestra tarea para que se convierta en una convicción que no se rompa con nada. Así lo ha transmitido la reflexión del Santo Padre Benedicto XVI en su carta encíclica ?Spe Salvi?, no sólo tener ?esperanza? sino ?la gran esperanza?, que se apoya en que somos definitivamente amados, suceda lo que suceda. ?El gran Amor me espera? y por eso nuestra vida es hermosa. Y al estar en el mundo con ésta esperanza nos hacemos capaces de llegar a muchos, de llegar a todos.
Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva. (cfr. Spe Salvi n. 2-3). Con esa esperanza reafirmemos nuestro caminar juntos.

Inspirados, también, por el Documento de Aparecida, robustezcamos en nuestra Arquidiócesis la conciencia misionera para salir al encuentro de quienes aún no conocen a Cristo dentro de la Ciudad. La V Conferencia, recordando el mandato de ir y de hacer discípulos (cfr. Mt 28, 20), desea despertar la Iglesia en América Latina y El Caribe para un gran impulso misionero. No podemos desaprovechar esta hora de gracia. ¡Necesitamos un nuevo Pentecostés! ¡Necesitamos salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo (DA 548). Queremos unirnos a este despertar misionero, que se expresará en forma de una Misión Continental en todas las Diócesis de América (cfr. DA. 551).

Con ese espíritu misionero renovemos nuestro compromiso para responder adecuadamente a los problemas de la sociedad de la que formamos parte. Pero también retomemos nuestra responsabilidad de salir en busca de todos los bautizados que no participan en la vida de las comunidades cristianas. (cfr. DA 168). Estas son las consecuencias del llamamiento que el Señor nos ha hecho por nuestro Bautismo y que, con su gracia, hemos aceptado por la fe.  Por ello, en el programa que estamos siguiendo en nuestra Iglesia local queremos tomar muy en serio la formación de discípulos y enviados, para identificarnos con la vida y la misión del Maestro.

Cristo Jesús es nuestra esperanza, y el encuentro con Él genera el seguimiento cristiano y la misión de la Iglesia. Queremos entender la formación de discípulos y misioneros como un acompañamiento que apoya al bautizado a introducirse en la práctica de la vida cristiana. Porque el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. (Spe Salvi n. 2)

Ahí radica también la importancia de fortalecer a la familia como lugar inicial de formación, pues es el lugar primario de humanización de la persona y de la sociedad, la cuna de la vida y del amor (Benedicto XVI, Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz, n. 2).

Es providencial que el Encuentro Mundial de las Familias lo recibamos en nuestra Ciudad Arquidiócesis. Los convoco a que nos preparemos con la oración y con la reflexión. Este acontecimiento debe ser fermento para nuevos frutos a favor de la familia en nuestra Iglesia local.

Sepamos enriquecer nuestro caminar pastoral con la reflexión de los Obispos de América Latina en Aparecida. El Documento conclusivo de la V CELAM ha venido a confirmar nuestra opción misionera en la Ciudad y nos impulsa con nuevas luces para continuar y mejorar el itinerario formativo de nuestros Agentes de Evangelización para que respondan al aquí y ahora de nuestra realidad. Para ser más fuertes en nuestra acción pastoral y para ser testigos de la unidad que el Señor quiere para su Iglesia, unámonos en la realización de nuestro proyecto arquidiocesano. Con este propósito hoy entrego a todos ustedes mi Orientación Pastoral para el presente año. Quiera Dios hacer de todo esto un servicio para seguir con docilidad las voces de su Espíritu.

Con la Iglesia de América Latina, también nosotros creemos y esperamos en que es posible construir un ambiente más humano y respetuoso de la vida y unas comunidades cristianas más participativas y comprometidas en la evangelización.

Para alcanzar esa esperanza estemos dispuestos a madurar como testigos del Señor que vive entre nosotros. Todos necesitamos de formación cuando se trata de seguir a Jesús al servicio del Reino de vida, justicia, paz y amor.

Con el ejemplo de sencillez de María, les invito a que recomencemos desde Cristo, Él es la presencia que nos renueva para seguir adelante.

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