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quienes consideran que proviene de la tradición y otros quienes creen
que es vanguardista. Algunos clasifican a Gaudí como técnico y otros
como un gran artista. Lo cierto es que son muy pocos los que descubren
en Gaudí a un hombre de Dios, cuya comunión con el Padre se refleja
precisamente en su arte y en su técnica.
{mosgoogle}De la obra de Gaudí se han hecho muchas interpretaciones. Hay
quienes consideran que proviene de la tradición y otros quienes creen
que es vanguardista. Algunos clasifican a Gaudí como técnico y otros
como un gran artista. Lo cierto es que son muy pocos los que descubren
en Gaudí a un hombre de Dios, cuya comunión con el Padre se refleja
precisamente en su arte y en su técnica.
Velasco reseña lo siguiente: ‘Hay una foto en la que se ve al gran
arquitecto Antonio Gaudí de traje oscuro, la espalda ya algo curvada
por el peso de los años, la barba blanca, y, en la mano, un gran cirio
encendido; desfila en la procesión del Corpus Christi, en Barcelona, y
está como ensimismado, como mirando hacia dentro de sí mismo. Es una
foto que explica, por sí sola, lo que fue la vida de este arquitecto
genial’.
Antonio Gaudi i Conet nació en Reus (Cataluña), el día 25 de
junio de 1852. Fue en su propio pueblo natal donde realizó sus primeros
estudios junto a los Padres Escolapios para continuarlos desde 1863
hasta 1873 en la Facultad de Ciencias de Barcelona. Ese último año
empezó a cursar en la Escuela Provincial de Arquitectura de la Ciudad
Condal y fue finalmente en 1878 que corona su graduación de arquitecto.
Gaudí fue el creador de una nueva arquitectura basada en las líneas
curvas. Experimentó estructuras y nuevas formas de una manera
continuada. Por este motivo, prefería desarrollar sus ideas a escala y
en forma corpórea. La tridimensionalidad de sus maquetas en yeso,
barro, tela metálica, o cartón mojado y moldeado, le acompañaron
siempre. Sus ideas ‘corpóreas’, en muchas ocasiones, no fueron
sometidas a la limitación que obligan las dos dimensiones del papel de
dibujo. A veces modificaba las formas directamente en la obra, en el
momento de la realización.
gran similitud y que son una especie de hilo conductor de una idea que
comenzó a gestarse con el proyecto de las Misiones de África, en Tánger
(1892) que no llegó a construirse y del que existe muy escasa
documentación.
Continuó, luego, con la Cripta de la Colonia Güell, donde Gaudí
experimentó algunas de sus ideas, y que tenía en proyecto construir
unas torres cilíndricas, las cuales no llegó a realizar. Y que culminó,
finalmente, en la majestuosa Sagrada Familia.
El inicio de este templo estuvo primeramente a cargo del arquitecto
Francisco de Paula del Villar, quien por razones técnicas derivó a Joan
Martorell y éste, por discrepar con el proyecto final aprobado, encargó
a Gaudí su puesta en marcha.
Este templo, en realidad, es una inmensa escultura, en piedra, a la
fe, a la esperanza y a la caridad. Alguien ha hablado de Gaudí y de su
Sagrada Familia como el templo en honor de Dios: una basílica gótica,
de cinco naves, crucero, claustro, y dieciséis gigantescas torres
dedicadas a los doce apóstoles y a los cuatro evangelistas, con dos
cimborrios consagrados a Jesucristo y a la Virgen María. Sus tres
fachadas están dedicadas al Nacimiento, a la Pasión y a la Gloria de
Cristo, el Señor. En la cripta del templo esperan los restos mortales
de Antonio Gaudí Cornet el día de la resurrección eterna. Cuando, en
1936, la cripta fue saqueada y profanada, la tumba de Gaudí permaneció
intacta.
Un coreano muy distinguido, Jun Young-Joo, director de la Cámara de
Comercio e Industria de Pusan (Corea), confiaba, en octubre de 1998, a
la edición española de la revista Paris Match:
‘A través de las
obras de Gaudí y del toque divino que tiene me convencí de la
existencia de Dios, y por él, gracias a él, me convertí al catolicismo,
aunque era un budista devoto y convencido.’
Hoy, este coreano forma parte de la Asociación que promueve la
beatificación de quien, de ser canonizado, sería el primer arquitecto
consagrado y famoso de la Historia elevado a los altares.
El Presidente de esa Asociación, don José Manuel Almuzara,
testimonia: ‘Para nosotros, no hay ninguna duda de la santidad de
Gaudí: dedicó toda su vida a la gloria de Dios, y eso queda reflejado
en su obra, no sólo la religiosa sino también la civil.’ El actual
párroco del templo de la Sagrada Familia, don Luis Bonet, ha afirmado:
‘Gaudí era un hombre bueno, humilde, de grandes virtudes, hombre de
oración y de vida espiritual hondísima.’
‘Este
templo de la Sagrada Familia recuerda y compendia otra construcción
hecha con piedras vivas: la de la familia cristiana, donde la fe y el
amor nacen y se cultivan sin cesar.’
Éstas fueron las primeras palabras que el Papa Juan pablo II dijo
nada más ver, por vez primera, en 1982, el templo creado por Gaudí en
Barcelona. Sabía bien ya entonces el Papa – y todavía faltaban muchos
años para que empezara siquiera a hablarse de beatificación del llamado
‘arquitecto de Dios’ – que detrás de aquella obra maestra de la
arquitectura religiosa de nuestro tiempo estaban la figura y el
espíritu admirable de un artista profundamente cristiano.
Muchos años atrás, en 1915, un nuncio del Papa, monseñor Ragonesi,
al visitar las obras, le había dicho a Gaudí: ‘Usted es el dante de la
arquitectura, y su obra es uno de los más grandes poemas cristianos en
piedra.’ Muchas horas y muchos insomnios le había costado aquel
grandioso proyecto al arquitecto que hasta comía frugalmente sobre su
propia mesa de despacho, y que, aparte de algunos trabajos
profesionales, no escribió libro alguno, a no ser el maravilloso libro
vital de sus propias obras, que puso al servicio de la mayor gloria de
Dios nada menos que durante cuarenta y tres años.
Gaudí
sostenía que la curva es la línea de Dios, y la recta, la de los
hombres; quizás por eso la curva es esencial en su obra; descubrió
nuevas formas arquitectónicas, y supo copiar de la naturaleza, obra de
Dios. Sus alumnos han comprobado la razón que tenía cuando afirmaba
que, en sus obras, al retirar andamios, la luz resbala sobre la piedra
y no proyecta sombras duras.
Para poder terminar el templo de la Sagrada Familia renunció a su
sueldo de 200 pesetas y a sus honorarios como arquitecto; y llegó
incluso a pedir limosna, personalmente, para tratar de terminarlo. Un
día, Juan Bergós lo encontró en su estudio mirando un plano y una
libreta abierta al lado. ‘Mire usted – le dijo – , en esta página esta
contenida toda la doctrina cristiana.’
Etsuro Sotto – también lo ha contado Paris match – llegó a Barcelona
como turista hace veinte años. Etsuro, que en japonés significa ‘hombre
feliz’, era un joven escultor nipón que quería trabajar en Alemania;
pero se quedó en Barcelona con Gaudí’, asegura. Fue bautizado por el
obispo auxiliar de Barcelona, monseñor Carrera, en la cripta de la
Sagrada familia.
Testimonia: ‘Gaudí me enseño que el amor al hombre y a Dios es la
mejor herramienta de trabajo. Yo – añade – intento meterme en su forma
de trabajar, ponerme en su lugar, para comprender plenamente se
espiritualidad. Fue un adelantado a su época.’
A Gaudí, cuando le hablaba de la originalidad de sus obras, se le
encendía una luz en la mirada y contestaba: ‘Le doy a usted las
gracias, porque originalidad es volver al origen.’
Una originalidad la suya que, luego, fue otro intenso milagro de
luz, interior y misteriosa, en este caso, no como la exterior que
resbalaba por la piedra de sus creaciones arquitectónicas.
Gaudi
fue un hombre de Dios con quien mantuvo una hermosa sintonía reflejada
en su intensa vida espiritual. Oía la Santa Misa y comulgaba
diariamente, y todos los días visitaba a Jesucristo sacramentado, y
jamás faltaba en las grandes manifestaciones religiosas de la ciudad, o
del templo. Las demás horas del día las pasaba en el trabajo y en la
oración. Su esperanza en Dios le daba una completa paz y serenidad de
espíritu en los momentos de adversidad. ‘Dios lo quiere así – decía – ;
su Divina Providencia sabe lo que hace.’
Era devotísimo de la Sagrada Familia, y especialmente de San José.
Si alguien le preguntaba cómo sería posible concluir el todavía hoy
inacabado templo de la Sagrada Familia, el gran sueño de siempre en su
vida (‘Tengo sesenta y cuatro años – dijo un día – , y la mitad de
ellos los he empleado en este templo, y ahora soy ya su portero?’), en
seguida le contestaban: ‘No se apure: San José es un santo que tiene
muchos recursos.’ Veneraba al Romano Pontífice. No tenía dinero. Una
vez pudo ir a Roma, pero prefirió donar lo que el viaje le hubiera
costado – y Dios sabe la ilusión con que habría visitado la tumba de
pedro – para que le fuese donado al Santo Padre.
De fe firme y confiada acabó por imponerse a su difícil temperamento
y también a todas las ideas demoledoras de su época de juventud;
profundización constante, a través de la Liturgia, en el conocimiento
de la historia de la Salvación; ejemplar seguimiento del Evangelio;
esperanza incesante; amor a Dios y amor sacrificado y generoso a su
prójimo; piedad y deseo permanente de perfección en las virtudes
cristianas: éstas fueron las páginas magistrales del libro de la vida
de este arquitecto genial cuya vida, sin embargo, humanamente, a
primera vista, pudo parecer a muchos un fracaso. Lo fue, pues muchas de
las obras que proyectó ni llegaron siquiera a iniciarse – por ejemplo,
la restauración del monasterio de Poblet -, y algunas quedaron
inacabadas; pero no ocurrió así, desde luego, con la propia obra de su
interior construcción espiritual.
El
día de su muerte lo había pasado como todos, en su templo: vivía en el
taller de la obra, a la que dedicó cuarenta y tres años de su vida; a
pie de obra, dirigiendo personalmente hasta el mas mínimo detalle.
Salió, como de costumbre, a las cinco de la tarde, hacia el Oratorio de
San Felipe Neri. Al cruzar la Gran Vía barcelonesa, a la altura de
Bailén, le atropelló el tranvía. Iba calzado con zapatillas de felpa, y
con los tobillos envueltos en vendas de lana. Se alimentaba
frugalísimamente, pan y fruta las más de las veces. Su lectura habitual
era la Biblia y El año litúrgico, del benedictino Dom Deranguer. Había
estudiado un curso de gregoriano, porque se decía convencido de que el
ritmo y la espiritualidad del canto gregoriano le servían de
orientación plástica para sus obras. ‘No vengo aquí a estudiar
gregoriano, decía, sino arquitectura.’
Días antes en que fue atropellado le dice a un sacerdote íntimamente
amigo suyo: ‘Yo soy batallador por temperamento; he luchado siempre, y
siempre me he salido con la mía, menos en una cosa: en la lucha contra
mi genio. Con éste no logro acabar’.
Como suele ocurrir a menudo en la Iglesia – y es algo que,
afortunadamente, Juan Pablo II está cambiando también – , al morir una
persona con fama de santidad evidente entre el pueblo de Dios, si no
tiene detrás de sí una organización religiosa, una Congregación, es
raro que se abra el proceso de canonización. Es lo que ocurrió con
Gaudí también; pero apenas surgió en Cataluña la idea de fundar la
Asociación para promover la beatificación de Antonio Gaudí, el pueblo
cristiano se sumó a la iniciativa de manera realmente entusiasta.
150 años
Este año, la ciudad de Barcelona conmemora el 150 aniversario del
nacimiento de Antonio Gaudí; y por lo tanto, ha denominado este año
como el ‘Año Internacional de Gaudí!. A través de una serie de
actividades en honor a este genial arquitecto, Barcelona pretende dar a
conocer su obra y mostrará como ésta rompió con la tradición para
proponer una nueva forma de entender la arquitectura, respecto a la
aplicación de la geometría, la concepción del espacio como al uso de
materiales para dotar de expresividad, formas y colores a sus obras.