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La sonrisa de Paco


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«Dios me ayuda a vivir la enfermedad desde la fe. En realidad todo tiene un sentido, hasta el grado de que sólo Dios sabe lo que hace».

Francisco Mateos Cubas es seminarista legionario de Cristo, tiene 18 años y está enfermo de cáncer. Actualmente se encuentra en Salamanca, España, viviendo su periodo de noviciado. La escritora Gloria Conde nos presenta a continuación una narración que nos muestra como el H. Francisco ha sabido vivir su enfermedad y el dolor de cara a Dios.

 

 

—Acaba de llegar Paco.
—¿Necesita oxígeno?
—Vamos a ver.

Se mueven camillas en el parking de urgencias del Hospital Niño Jesús de Madrid, especial para niños enfermos de cáncer. Fin de agosto; aunque son las 12:00 de la noche, hace mucho calor.
—Tú eres Paco ¿verdad? Yo soy Antonio, voy a ser tu médico. ¿Cómo te encuentras?
—Un poco mareado pero bien. Si estoy sentado, puedo respirar.

Lo tumban completamente en la camilla.

—¡No respiro!

 

Los médicos lo incorporan inmediatamente y le ponen oxígeno. Lo llevan directamente a la UVI. Al día siguiente de ingresar, visitan a Paco algunos sacerdotes vestidos de negro y con clergyman. Los familiares de los otros pacientes de la UVI piensan que el chico debe de estar muy grave y vienen a darle la extremaunción. Pero, en los días sucesivos, siguieron viniendo más sacerdotes de negro y con clergyman.

¿Qué le pasará a este chico? ¿Por qué le visitan tantos curas? “Es un seminarista” comentó una señora, abuela de un niño de diez meses enfermito de varios cánceres. La enfermera le pregunta al sonriente seminarista: “Paco, ¿cómo estás?”. Responde: “Fenomenal”. A base de responder “fenomenal” un día de estos les dio un buen susto a los doctores porque se desplomó en medio del pasillo. La quimioterapia le deja a uno sin defensas y Paco había contraído una neumonía. En el hospital, el H. Francisco Mateos, L.C. es “Paco”. Pero, si es un seminarista, ¿por qué está en un hospital de niños? Porque tiene apenas 18 años y por lo tanto todavía es capaz de responder a los tratamientos que se dan a los niños, normalmente muy agresivos.

 

El H. Francisco Mateos, L.C. nació el 29 de diciembre de 1990 en Jerez de la Frontera, España. Pero la mayor parte de su vida la ha pasado en Madrid. Su madre falleció de un cáncer galopante cuando él tenía 13 años. Paco acolitó en la misa de cuerpo presente de su madre el mismo día de su fallecimiento. Su tía, en medio de la conmoción de ese día, lo vio acolitar tan centrado, tan inmerso en la oración, tan lleno de fuerzas que le pareció que había crecido mucho y que ahí, en el altar, ya era un hombre. Pensó: “este niño va a ser sacerdote”. Y ese fue el primer día que Paco pensó que algún día podría ser sacerdote. “Me sentí muy tranquilo en esa misa, me sentí distinto” refiere él mismo.

El H. Francisco Mateos, L. C. recibió el uniforme legionario (una sotana negra) el 15 de septiembre del 200,7 al terminar los dos meses de discernimiento que suelen tener los candidatos antes de ingresar en la Legión de Cristo: “Sí, empezamos el candidatado el 7 de julio del 2007: el 7 del 7 del 7. Le llamamos: el candidatado James Bond…777”. El H. Francisco no duda en reconocer que su primer año de noviciado ha sido el año más feliz de su vida. Fue una preparación para la gran prueba. El pasado mes de agosto se le declaró la enfermedad. Muchos dolores de espalda. Dificultades para respirar. El diagnostico: un linfoma linfoblástico T. Se trata de un tumor localizado entre el corazón y los pulmones, en una zona que se llama mediastino y que, por ser tan delicada, no es operable. Pero el tumor es como una frágil bolsa de sustancia enferma que, si se llegara a romper, acabaría con la vida del hermano en pocas horas. El cáncer es linfático así que también daña la sangre como la leucemia.

Ingresó en el hospital en una situación límite. Con cuatro litros y medio de agua en los pulmones, cuando la capacidad de los pulmones es de seis. Su tía, Patricia, que lo cuida, no puede creer cómo se lo encontró en el hospital de Salamanca, cerca del noviciado, justo antes de salir urgentemente para Madrid. Sentado en una silla, rodeado de sus hermanos novicios, riendo y merendando bollos de chocolate y coca-colas. Y el H. Francisco sonriendo de oreja a ojera. “¡Paco, cómo estás!”. “Fenomenal”. Después de algunas semanas de tratamiento, claro, su tía Patricia acabó diciéndole: “Paco, deja de decir que te encuentras fenomenal. Van a pensar que eres tonto. Di, por lo menos, me encuentro “bien”. Dices fenomenal y estás con oxígeno, sin poder respirar, en la UVI conectado a mil cosas…”. El caso es que Paco sí que se encontraba fenomenal: “Me sentía tranquilo, abandonándome en Dios. Pensaba: el 15 de septiembre le di toda mi vida a Él, así que mi vida es suya. Si Él quiere esto para mí, pues, mi vida es suya. Yo no entendía nada, sabía lo que me pasaba pero me abandonaba en sus manos. Me dejaron una cruz un poco más grande que la que me dieron en la profesión y yo me agarraba muy fuerte a ella diciendo: Dios mío, lo que tú quieras; y me sigo agarrando. La tengo conmigo en todo momento”.

El H. Francisco se salvó de milagro en los primeros días de hospital, a finales de agosto e inicio de septiembre. Le sacaron el líquido de los pulmones y le metieron quimioterapia. Corrió el riesgo de que reventara el tumor con los primeros tres días de quimio pero lo superó. Ahora vienen muchos protocolos de quimio; hay para años. El hermano se arma de fuerzas para el camino: “En esta enfermedad es muy importante tener buen espíritu. Ser positivo. Porque, sino, no se supera”. Ya le son muy familiares los pasillos del hospital, las salas del hospital de día, los cuartos compartidos. Ahora todo eso son los campos listos para la siega. Está convencido de que Dios le sigue llamando y le llama a salvar a sus almas. Los pacientes y sus familiares se han convertido en “sus almas”.

“Me edificó muchísimo un señor con dos hijitas enfermas de cáncer, una de cuatro años y una de cuatro meses. Y me decía que, con la enfermedad de sus hijas, ha recuperado la fe y decía el señor: ‘yo realmente me he dado cuenta de lo materiales que somos. Lo único que importa es Dios. Ahora, cada vez que me dan una buena noticia, en lugar de celebrarlo bajo a la capilla y se lo agradezco a la Virgen’”, —explica el hermano. “Y la señora de la habitación de a lado, con un niño de meses que lo daban por desahuciado y ahora acaban de decirle que sí hay esperanza de vida…”. Muchos días esta señora busca al hermano en el hospital, después de ver a su niño. Le gusta empaparse de “la sonrisa de Paco”. Él mismo comenta: “Sí, siempre que hablo con ella la veo con ganas de aprender, de conocer y de estar junto a Dios. Si me ve siempre sonriente y alegre es porque Dios me ayuda a vivir la enfermedad desde la fe. En realidad todo tiene un sentido, hasta el grado de que sólo Dios sabe lo que hace. Realmente nosotros no sabemos por qué hace Dios las cosas. Dios sabe lo que hace y siempre hay que dejarle a Él que sea el Guía”.

 

 


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