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Los Tinacales


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Hacienda de Santiago Tetlapayac

 

 

 

El maguey pulquero crece en muchos lugares del territorio mexicano, pero ha sido la planta providencial de las tierras áridas y pedregosas del altiplano hidalguense, donde resiste el frío y protege al suelo de la erosión. De sus pencas, se extraen fibras para hacer sogas o tejidos, la púa sirve de alfiler o punzón, la pulpa es forraje para el ganado, la fina capa que cubre la hoja fue el papel prehispánico; sin embargo, el principal derivado del maguey es el pulque, que se obtiene de la fermentación de su aguamiel.

Para los antiguos mexicanos, el pulque era una bebida ritual, cuyo consumo estaba reservado a periodos especiales del año, como las fiestas dedicadas a Mayahuel, la Diosa del Maguey. Después de la Conquista, el pulque perdió su carácter sagrado y se transformó en una bebida apreciada tanto por españoles como por indígenas. La Corona española, sin alcanzar a controlar su producción, intentó reglamentar el consumo de pulque, alternando políticas represivas y de tolerancia. A fines del siglo XVII, los jesuitas, para financiar sus colegios de enseñanza, dedicaron una parte de sus haciendas a la producción de pulque, que pasó entonces de un nivel de producción ?artesanal? a una producción organizada y a gran escala.

 

 

 

 

 

 

Las condiciones para una explosión de la producción así como del consumo del pulque estuvieron reunidas después de la Independencia, con el fin de la reglamentación sobre las pulquerías – cuyo número se multiplicó en poco tiempo(1) – y la construcción en 1866 de la vía de ferrocarril que enlazaba Veracruz con la capital, cruzando el Estado de Hidalgo. Poco tiempo después, “el tren del pulque” abastecía diariamente a las pulquerías capitalinas, las llanuras del altiplano central se cubrían de hileras de magueyes( 2) y el Estado de Hidalgo se volvía el más rico de la República.

La famosa aristocracia pulquera, integrada por las familias más poderosas de la época – Torres Adalid, Pimentel y Fagoaga, Macedo? – invirtieron una parte de las fabulosas ganancias que dejaba esta actividad en la construcción o la remodelación de las haciendas – cerca de 300 – que hacían su riqueza, las mismas que se pueden apreciar hoy en día en las llanuras de Apán o de Zempoala.

Estas haciendas son un conjuntos de edificios de tamaño y estilo muy diferentes. Algunas ostentan una gran armonía arquitectónica: es el caso de la hacienda de Montecillos, de estilo virreinal, construida en el siglo XVII por los jesuitas, o de las haciendas neo-clásicas de San Antonio Ometusco, encargo de Ignacio Torres Adalid al arquitecto Antonio Rivas Mercado, y la de Pueblilla.

Sin embargo, la mayoría de las haciendas son el resultado de un proceso constructivo continuo desde el siglo XVI. Mezclan estilos de varias épocas y técnicas de construcción autóctonas e importadas de Europa. Una característica común en casi todas, es la presencia de torreones neogóticos en el muro exterior o en el mismo casco de la hacienda.

Las haciendas eran unidades productivas que agrupaban los espacios correspondientes a las diversas actividades en torno a la casa del hacendado, de la capilla y del tinacal. El tinacal – de tina y calli, casa en náhuatl o sea casa de las tinas – era el centro productivo de la hacienda. Como tal, se beneficiaba de una ubicación privilegiada dentro del casco. Se trataba en general de un galerón de planta rectangular, cubierto con una estructura de madera. Unas estrechas ventanas se abrían en la parte superior de los muros, decorados a veces de ingenuas pinturas similares a las que ornaban las fachadas de las pulquerías (un tema tradicional era el descubrimiento del pulque por la reina Xochitl). Eran frecuentes los nichos que albergaban la imagen del Santo Patrono de la hacienda o de la Virgen de Guadalupe, con sus veladoras y sus flores de papel. Las tinas – un cuero de res fijado sobre un marco de madera – se alineaban a lo largo de las paredes. Una columnata central sostenía el techo de los tinacales anchos, donde podían caber de tres a cuatro hileras de tinas. De un costado, salía la vía Decauville para transportar los barriles de pulque hacia la estación de ferrocarril más cercana. El tinacal conservó hasta hace poco su carácter sagrado heredado de los tiempos prehispánicos: se cantaba cánticos religiosos, no se permitía la entrada con sombrero, no se admitía mujeres, ni extraños, etc.

Los tinacales han sido planeados y decorados conforme a su importancia. Todos tienen interesantes detalles arquitectónicos: un bonito portal de acceso, unas pinturas exteriores o unas ventanas esculpidas. Sin embargo, algunos son verdaderas obras de arte en sí, como el inmenso tinacal de la hacienda de Montecillos de elegante fachada. O el tinacal del siglo XIX de la hacienda de San Antonio Ometusco, cuya entrada estaba ubicada en el centro del edificio, bajo un majestuoso frontón neoclásico. Una elegante marquesina protegía la plataforma de embarque y desembarque de los barriles. Unas columnas de hierro fundido, tan características del final del siglo XIX, sostenían el techo del tinacal, cuyas paredes estaban decoradas por pinturas costumbristas describiendo la historia del pulque.

 

 

 

 

 

Otro caso es el tinacal de la hacienda de Santiago Tetlapayac con sus pinturas murales – escenas de charrería – atribuidas a Icaza. Se puede mencionar también la extravagante arquitectura del tinacal de la hacienda de Zotoluca, de planta octogonal y estilo neo-morisco, restaurado en los años 50, o de la hacienda de San Lorenzo, con su enorme tinacal poligonal – de 16 lados – y su monumental portal de acceso de estilo clásico.

 

 

La decadencia del pulque empezó al principio del siglo XX y se debió al efecto combinado de la baja de la producción – consecuencia de la Revolución – y del consumo – debido a las campañas gubernamentales anti-pulque y a la competencia de la cerveza.

 

En la actualidad, desaparecen cada día más pulquerías, y con ellas un espacio de auténtica cultura y libertad populares. El poco pulque que se consume hoy está producido por pequeños productores.

De la época de gloria del pulque, el ahora empobrecido Estado de Hidalgo heredó un valioso patrimonio industrial, unas 250 haciendas que han conocido destinos diferentes: algunas han sido abandonadas, otras han sido reconvertidas en haciendas ganaderas, en escuelas, plantas industriales y hoteles de lujo. Los tinacales han desaparecido o han sido transformados en bodegas o salones de fiesta.

Son excepciones las haciendas que todavía producen pulque, como la de San Antonio Tocha. Allí, como antes, en una semi-oscuridad, en un ambiente cargado de humedad y en medio del fuerte olor a pulque, el tinacalero, medio brujo, medio sacerdote cuida el aguamiel que fermenta en las tinas – hoy de fibra de vidrio – con un suave ruido de burbujas.

Las hileras de magueyes van despareciendo de las llanuras hidalguenses, reemplazadas por cultivos de cebada. Los magueyes que subsisten sirven de linderos entre propiedades y tienen poca esperanza de sobrevivir. Se estima que 10 mil plantas(3) de maguey son devastadas cada semana por ladrones armados que las dejan mutiladas: cortan las pencas inferiores para hacer barbacoa o para sacar los gusanos blancos, o parten la planta en busca de chinicuiles.

A pesar de las advertencias de las autoridades y de las sanciones previstas, el saqueo no se detiene, desanimando a los que planean replantar magueyes. Sin embargo, queremos creer que estas medidas tendrán éxito ya que ¿quién puede imaginar las llanuras del altiplano central sin estos magníficos y generosos gigantes que son el símbolo mismo del paisaje mexicano?

Cómo llegar a Apán y Zempoala:
Las haciendas se encuentran a hora y media de la Ciudad de México, a lo largo de la antígua vía de ferrocarril a Veracruz, por lo que un carro es indispensable para esta visita.

– Para Zempoala: Por la autopista a Tulancingo, a la altura del cruce de Venustiano Carranza, se toma a la izquierda en dirección de Zempoala.

– Para Apán: Unos Km después del cruce de Venustiano Carranza, se toma a la derecha en dirección de Tepeapulco y Apán.

Cómo visitar las haciendas y sus tinacales:
Las Direcciones de Turismo de Zempoala así como de Apán se encargan de obtener los permisos de entrada a las haciendas. También organizan recorridos por varias haciendas.

Además de las haciendas mencionadas en el artículo, muchas merecen una visita, entre otras las de Ocotepec, San Miguel Ometusco, San Antonio Tochatlaco, Santa María Tecajete, San Bartolomé de los Tepetates, San Antonio Xala, Chimalpa, Santa Rita del Sauz, San José Salinas, Mimiahuapan.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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