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Un Abrazo


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La Plaza de San Pedro: Un abrazo a la humanidad

La majestuosa fachada de la Basílica de San Pedro fue terminada en 1614, con la colocación en la balaustrada superior de las trece estatuas que representan a Cristo resucitado, a San Juan Bautista y a once Apóstoles.
 Sin embargo, por contraposición, la plaza carecía de forma definida: los edificios que rodeaban la basílica eran desiguales y la ordenación del espacio que había delante de la fachada no era adecuada para acoger dignamente a quien se acercaba a venerar la tumba de San Pedro.
Además, no había ningún tipo de protección del sol o de la lluvia, por lo que, durante las ceremonias solemnes, era necesario disponer pasajes cubiertos con lonas a lo largo del trayecto entre el palacio apostólico y la basílica.
Estas razones motivaron que, desde el comienzo de su pontificado, Alejandro VII pensara en la necesidad de crear un acceso más digno y funcional para la Basílica de San Pedro.

El proyecto de organización de la plaza fue encargado a Bernini, que trabajó intensamente entre 1656 y 1667. El resultado es la maravilla que contemplamos en la actualidad.

El propio Bernini explicaba que, con los dos hemiciclos ovales formados por las doscientas ochenta y cuatro columnas, había querido simbolizar los brazos de la Madre Iglesia que acogen a toda la humanidad.

No sabemos si Bernini imaginó que un día la plaza se quedaría pequeña para albergar la cantidad de fieles que se congregarían en oración, o para asistir a una ceremonia litúrgica, a la declaración de un Dogma o de un nuevo santo, en unión con el Romano Pontífice.

 Además de las imágenes imborrables de la multitud reunida para la beatificación y la canonización de san Josemaría, los últimos momentos de la vida de Juan Pablo II con cientos de miles de personas congregadas de noche rezando el Rosario por el Papa, y las muestras de unidad vividas en torno a la elección de Benedicto XVI, han plasmado en la plaza de San Pedro estas palabras de san Josemaría:
Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!, ¡todos, con Pedro, a Jesús por María! Y, al reconocernos parte de la Iglesia e invitados a sentirnos hermanos en la fe, descubrimos con mayor hondura la fraternidad que nos une a la humanidad entera: porque la Iglesia ha sido enviada por Cristo a todas las gentes y a todos los pueblos1.
Una vida de servicio a la Iglesia
El 25 de junio de 1946, san Josemaría pisó por vez primera la plaza de San Pedro. La cruzó recogido en oración, saboreando en intimidad con Dios los momentos previos a la realización de uno de los sueños de su vida: rezar ante la tumba de San Pedro.

Desde ese día, y durante los veintinueve años que vivió en la Ciudad Eterna, el Fundador del Opus Dei acudió muchas veces a rezar ante la basílica vaticana y el apartamento papal. Cuando se desplazaba por Roma, procuraba siempre que era posible pasar por San Pedro y, desde el borde de la plaza, sin descender del coche, rezaba un Credo por la Iglesia y el Romano Pontífice. Don Álvaro contó en alguna ocasión san Josemaría intercalaba algunas palabras: al llegar a Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, decía tres veces seguidas: Creo en mi Madre la Iglesia Romana, y añadía: a pesar de los pesares.

 Un día, creyó oportuno contar esta devoción suya a Mons. Tardini, que fue Cardenal y desempeñó el cargo de Secretario de Estado en el Vaticano. Éste le preguntó qué quería decir con esa expresión. Sus errores personales y los míos, respondió san Josemaría2.

Comentando el sentido de esta anécdota, don Álvaro explicaba que el Fundador del Opus Dei deseaba subrayar la necesidad de que los colaboradores del Papa fuesen muy santos y que estuviesen llenos del Espíritu Santo, para que en toda la Iglesia hubiera más santidad 3.

 Era el amor lo que le llevaba a actuar así; un amor que transmitió a sus hijos durante toda su vida y que quedó refrendado para toda la Iglesia el 6 de octubre de 2002:
?Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam! Llevar todas las almas a Jesús por mediación de Santa María, en unión con el Sucesor de Pedro, Cabeza visible de la Iglesia universal, y con los Obispos del orbe entero, fue la aspiración más íntima de San Josemaría Escrivá de Balaguer, que por gracia de Dios el Santo Padre Juan Pablo II ha inscrito solemnemente en el catálogo de los santos? 4.
Las Misas multitudinarias de los días 6 y 7 de octubre plasmaron de modo gráfico este deseo del fundador del Opus Dei. La plaza de San Pedro se convirtió en un marco perfecto para simbolizar, incluso visualmente, el omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!

«Il dolce Cristo in terra»
En la actualidad, quien llega a Roma y quiere ver al Papa acude a la plaza de San Pedro. El Angelus de los domingos ?costumbre iniciada por Juan XXIII?, las audiencias de los miércoles y las multitudinarias ceremonias litúrgicas atraen cada vez a más personas que se acercan para videre Petrum.

Esta Iglesia Católica es romana. Yo saboreo esta palabra: ¡romana! Me siento romano, porque romano quiere decir universal, católico; porque me lleva a querer tiernamente al Papa, il dolce Cristo in terra, como gustaba repetir Santa Catalina de Siena, a quien tengo por amiga amadísima 5.

Asomado al balcón del apartamento pontificio, en el sagrato de la basílica o mientras da una vuelta en coche para saludar a los presentes, es fácil para todos los que acuden a la plaza ver en algún momento al Sucesor de Pedro.
Las personas cambian, pero hay un testigo que, aunque mudo, ocupa desde hace siglos una posición privilegiada: el enorme obelisco que se alza en el centro de la plaza, y que lleva casi dos mil años contemplando las principales páginas de la historia de la Iglesia; en primer lugar, el martirio de San Pedro.

Data del siglo XX a. C., y fue erigido en la antigua ciudad egipcia de Heliópolis, en honor del sol, en tiempos del emperador Amenemhet II.

Fue traído a Roma por deseo de Calígula, en el año 40 de nuestra era; y se cuenta que, para transportarlo indemne, se llenó una nave de lentejas.
 El obelisco fue colocado en el centro del circo de Calígula, posteriormente circo de Nerón, a pocos metros a la izquierda de los muros de la actual basílica vaticana.
Allí abrazó el martirio San Pedro y en las proximidades recibió sepultura su santo cuerpo. En 1586, Sixto V hizo que se trasladara al punto central de la actual plaza.
 Los preparativos duraron siete meses, y en el traslado tomaron parte novecientos siete hombres y se utilizaron setenta y cinco caballos. Sobre el obelisco se colocó una cruz que contiene en su base un fragmento del Lignum Crucis.

«Mater Ecclesiae»
La plaza de San Pedro fue completándose a lo largo de los siglos. En 1613, Maderno recibió de Paolo V el encargo de realizar una fuente a un lado del obelisco. En 1670, Carlo Fontana la replicó en la parte opuesta, devolviendo la simetría. Además de las representaciones de Cristo y de los Apóstoles que hay sobre la fachada de la basílica, sobre las columnas se alzaron, entre 1662 y 1703, ciento cuarenta estatuas de santos. En 1847, se colocaron las dos imágenes de San Pedro y San Pablo en los laterales de la base de la escalinata del atrio. Y así quedaron las cosas, sin más cambios dignos de mención, hasta que, el 8 de diciembre de 1981, Juan Pablo II bendijo el mosaico de la Mater Ecclesiae, también llamada de la columna, porque es copia de una representación pintada en el interior de la Basílica de San Pedro sobre una de las columnas de la antigua basílica constantiniana. Desde entonces se puede ver en el chaflán del llamado Palacio del mayordomo, a la derecha de la plaza.

Momentos antes de bendecir la imagen, el Papa pronunció estas palabras:
??Ahora bendeciré la imagen de la Virgen ?Madre de la Iglesia?, manifestando el deseo de que todos los que vengan a esta plaza de San Pedro eleven hacia Ella la mirada, para dirigirle, con sentimiento de filial confianza, el propio saludo y la propia oración. ?

Desde ese momento, siguiendo el consejo del Romano Pontífice, don Álvaro comenzó a rezar, además del Credo, una Salve a la Virgen cada vez que se acercaba a la plaza.

También era un modo de poner en práctica estas palabras de san Josemaría:
¡Madre! ?Llámala fuerte, fuerte. ?Te escucha, te ve en peligro quizá, y te brinda, tu Madre Santa María, con la gracia de su Hijo, el consuelo de su regazo, la ternura de sus caricias: y te encontrarás reconfortado para la nueva lucha6.

Notas
1. San Josemaría, Es Cristo que pasa, n.139.
2. Monseñor Álvaro Del Portillo, Entrevista sobre el fundador del Opus Dei, Rialp, Madrid 1993, pp. 14-15.
3. Ibid.
4. Monseñor Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei, Decreto, 6-X-2002, publicado en Romana, Boletín de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei, Roma, julio-diciembre 2002, Año XVIII, N. 35, p. 289.
5. San Josemaría, Homilía Lealtad a la Iglesia, 4-VI-1972.
6. San Josemaría, Camino, 516.

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