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LA DERROTA DEL TABANO


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Cuentan que hubo una vez un caballo pardo extraordinariamente ligero, con el cual habían dado muchos palos, es decir, que como era un caballo de gran alzada, fácilmente amarraban carreras con caballos con caballos mucho más grandes que el Tábano tal era el nombre del pardo y en todas las ocasiones salió victorioso en diferentes lugares de la República, principalmente en Michoacán y Jalisco.

Viendo el dueño del Tábano que ya no querían entrarle, decidió llevarlo al pueblo de Zinacatepec, situado como a 8 km al poniente de Toluca, donde vivía un viejo, don Ramón Barrientos, que era especialista en cuidar caballos para las carreras y en curarlos, y además poseía el secreto de saber pintarlos de cualquier color sin que se notara el artificio, con lo que quedaban irreconocibles.

El dueño del pardo le dijo al Sr. Barrientos que había aparecido una yegua de muchos papeles a la que pretendía bajarle los humos, pero no querían atorarla porque ya conocían al Tábano. El cuidador de caballos le dijo que se fuera tranquilo, que le dejara el caballo y que volviera por él a los 8 días, y en el lapso podría amarrar la carrera.

Así lo hizo, se encaminó a ver al dueño de la yegua y concertaron la carrera en quinientas varas, con 500 pesos y 500 reales, caballos tapados con la única condición de que el contrincante no fuera el Tábano.

Cumplido el plazo de los 8 días, el dueño del Tábano fue a Zinacatepec a recoger su caballo, y cuál sería su sorpresa que en vez de encontrar al caballo pardo, encontró un grullo mascarillo con una mano blanca hasta la rodilla y medio rabón, todo lo cual le daba un horroroso aspecto y era muy difícil que alguien lo reconociera.

El señor Barrientos bañó al caballo en presencia del dueño para que no desconfiara de que se pudiera despintar, pues esto no sucedería hasta que el caballo pelechara, o sea, que cambiara de pelo.

Llegó el día fijado para la carrera y había una expectación enorme y un ansia enorme por conocer al contrincante de la yegua, pues era tal la fama de ésta que todos creían que, exceptuando al Tábano, no había caballo que se le parara. Con mucho tiempo de anticipación a la hora fijada, estaba el lugar elegido para la gran carrera lleno de gente que se agitaba en todas direcciones.

Al poco rato vieron a lo lejos a un individuo a caballo, que traía otro de mano, encamisado. Todos fijaron su atención en aquel animal y cuando llegó, pudieron ver una hermosa yegua colorada, pata blanca de la buena, perfectamente bien cuidada. Todo mundo se volvía ojos y se acababa en elogios para la yegua, pero bien pronto pasó esa curiosidad porque era más grande la de ver al rival. Transcurrieron los minutos y este no aparecía, y todos creían que el contrario se había rajado.

Empezaron a deliberar lo que debía hacerse en este caso, cuando vieron a un jinete que se acercaba trayendo también un caballo de mano, pero sin camisa, para dar la impresión de que no había cuidado alguno. Al llegar el jinete, reconoció el dueño de la yegua a su rival y con mucha burla le dijo: -¿Ese es el chalate que trae para mi colorada? Dese por perdido amigo, yo no maltrato mi yegua con semejante porquería. El trato es trato contestó el dueño del Tábano y el rajarse es de viejas y particularidad de los barrios de Metepec.

Después de un breve alegato nombraron al despachador y los veedores, con el peso de balanza echaron un volado para ver a quién le tocaba el lado de la vara, o sea el lado derecho, que tiene ventajas sobre el otro, y que correspondió a la yegua. Despojaron a la colorada de su camisa y la montó un mozalbete de muy poco peso, pero experto en correr caballos.

Paseó al animal por el corredero (pista o carril) para que reconociera el terreno, mientras otros medían las 500 varas y los dueños de los caballos depositaban 500 pesos y los 500 reales. El dueño del grullo montó a su caballo y también lo paseo por el corredero, y los conocedores pudieron observar que no era ningún matalote. Por fin, se juntaron los corredores como a vein

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