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Se conoce como “catecismo de Ripalda“, al Catecismo y exposición breve de la doctrina cristiana, escrito por Jerónimo Martínez de Ripalda con el objetivo de poner al alcance de los niños las bases de la doctrina cristiana.
Si tuviesen que jerarquizarse en orden de importancia los libros de texto utilizados en la historia de la educación en México, el catecismo del padre Ripalda tendría que ocupar el primer lugar. Este texto fue utilizado no sólo para la enseñanza de la doctrina cristiana, sino también del español, el civismo y la lectura. Se hicieron traducciones cuando menos en náhuatl, otomí, tarasco, zapoteca y maya. En sus páginas lo mismo aprendían normas generales de comportamiento social los niños de una escuela poblana del siglo XVIII, que se apropiaba de una concepción particular del mundo los estudiantes de un colegio michoacano a mediados del siglo XX.
Su autor, Jerónimo Martínez de Ripalda, nació en Teruel, en el reino de Aragón en 1536. En 1551 ingresó a la Compañía de Jesús. Tuvo a su cargo las cátedras de filosofía y teología y fue rector de la Universidad de Salamanca. Se distinguió como orador sagrado. En 1618 publicó el Catecismo y exposición breve de la doctrina cristiana, sobre el que escribimos aquí. También se imprimió su libro Suave coloquio del pecado con Dios. Murió en Toledo en ese mismo año, a los 82 años de edad, sin que haya podido imaginar la gran difusión que tendría su catecismo más allá de los mares y a través de los tiempos.
En nuestro país, desde la época colonial el catecismo de Ripalda fue utilizado para enseñar la doctrina cristiana y las primeras letras tanto en castellano como en lenguas indígenas. Al principio era traído desde España pero posteriormente, Pedro de la Rosa, un editor poblano, obtuvo del Rey el permiso para editarlo en la Nueva España, con el privilegio de tener la exclusividad para imprimirlo y venderlo. Fuera en Comitán o en Santa Fe este librito impreso en Puebla de los Ángeles pasaba de mano en mano hasta deshojarse y perderse. Fueron decenas las ediciones de Pedro de la Rosa en miles de ejemplares. En el Fondo Lafragua de la Biblioteca Nacional, la más antigua de las ediciones poblanas disponibles a la fecha data de 1758 y se titula Catecismo y exposición breve de la doctrina cristiana con un tratado muy útil con que el christiano debe ocupar el tiempo y emplear el día. Pueden consultarse también las ediciones en castellano de 1784, 1810, además de varias ediciones en náhuatl, otomí y tarasco. En la época independiente continuó editándose en Puebla aunque ya no de manera exclusiva. Ambrosio Nieto lo seguía publicando y distribuyendo a todo el país en 1940.
El concepto catecismo, proviene del latín catechismus, que significa instruir, que a su vez proviene del griego kateechismo, que puede traducirse como compendio sobre alguna rama del conocimiento y de katecheo, que de manera más especifica significa instruir a través de un sistema de preguntas y respuestas. En su acepción castellana se aplica a un texto que en forma de preguntas y respuestas contiene la exposición sucinta sobre algún tema. Su presentación en forma de diálogo entre el maestro y el alumno facilitaba la enseñanza y el aprendizaje. Su origen deriva del método utilizado por los primeros cristianos para adoctrinar a los aspirantes a la nueva religión, a quienes llamaban catecúmenos, que a través del sistema de catecismo difundían los principios de la nueva religión en pequeños grupos. Luego se fueron copiando los rudimentos de la doctrina en pequeños legajos, para transmitirse a distancia y en el tiempo. Estos escritos fueron desarrollándose conforme fue progresando el cristianismo, y una vez consolidado como religión dominante en Europa se fue diluyendo su uso.
La Reforma protestante rescató este sistema de adoctrinamiento. El propio Martín Lutero publicó en 1529 su Catecismo, que se difundió ampliamente, y que fue modelo de varias sectas, con las modificaciones pertinentes. El catecismo católico, propiamente dicho, emanó del Concilio de Trento, celebrado durante varias sesiones entre 1545 y 1563. Este ha sido considerado el más importante concilio ecuménico de la Iglesia Católica. Como respuesta a la necesidad de contrarrestar la influencia del protestantismo, a través de él se replantearon y sistematizaron los principios del catolicismo. De ese Concilio surgió una estrategia para la atracción de adeptos al catolicismo y la conservación de los que ya lo eran a través de un proyecto de evangelización mediante las órdenes religiosas y el clero secular. Como parte de esa estrategia se publicó un catecismo y un sumario de los artículos de la fe cristiana, destinado al empleo por parte de los eclesiásticos para explicar la doctrina.
El Concilio de Trento sirvió de base al jesuita Ripalda para elaborar su catecismo, dirigido especialmente a la infancia, con el propósito de ser utilizado a través de un adoctrinamiento sistemático más factible en las instituciones escolares. De España se distribuyó a las colonias. El catecismo de Ripalda no era el único que se empleaba en las escuelas de nuestro país. También gozaron de mucha difusión el catecismo del abate Claude Fleury y el del padre Castaño, y en menor medida el de Antonio Núñez de Miranda, el de Cayetano de San Juan Bautista y el de Ignacio Paredes, entre otros. Sin embargo el de Ripalda fue el catecismo más accesible. En ocasiones no se utilizaba otro simplemente porque no lo había. Así, por ejemplo, el maestro de la escuela municipal de la ciudad de Chihuahua, José de Nava, quien recibía los útiles para los niños por parte del ayuntamiento, solicitó en 1807 otro libro para enseñar la doctrina con más extensión que el de Ripalda. Se le respondió que no era posible conseguir otro, pero se le recomendó que con arreglo al que tenía procurara que no aprendieran los niños de memoria, sino que les diese explicaciones más amplias, que confiriesen mayor sentido al texto.
El catecismo, en tanto exposición en diálogo con fines didácticos, no fue exclusivo de la enseñanza de la doctrina cristiana. Con el espíritu humanista del siglo XVIII y las reformas introducidas por la Ilustración se publicaron catecismos de civismo, urbanidad, ciencias naturales, historia y para el aprendizaje de artes y oficios.
En la escuela tradicional el catecismo de la doctrina cristiana era el núcleo de la enseñanza y en las escuelas más pobres era lo único que se enseñaba. Puesto que se concebía a la naturaleza, al mundo y al hombre girando en torno a Dios y el fin último del conocimiento era acercarse a Dios a través de la comprensión de sus designios para el hombre, todo lo demás era estudiado sólo como medio para ese fin. Por tanto se consideraba que había que enseñar a leer a los niños para que pudieran aprender la doctrina cristiana y conociendo mejor sus postulados pudiesen llegar a obtener la gracia divina, que era el objetivo de la vida en la tierra. Sin embargo, más allá de los propósitos expresos se obtenían otros, pues a través de las normas de la cristiandad, los niños aprendían no sólo una concepción del mundo, sino una manera de relacionarse con los iguales, con la autoridad, con los subalternos, con la sociedad en su conjunto, ubicándose ellos mismos en el universo social y con relación a los elementos circundantes. El niño lograba así adquirir una identidad propia y asimilar las normas del comportamiento de la sociedad colonial, aceptando su papel dentro de una jerarquía sumamente rígida.
Conforme el humanismo fue difundiéndose y la modernidad se introdujo también al catolicismo, los conocimientos útiles para la vida adquirieron mayor relevancia dentro del currículum escolar. Junto a la doctrina cristiana, la lectura, la escritura y la aritmética fueron contenidos generalizados como obligatorios por las reformas borbónicas. Poco a poco, de ser el aprendizaje de la lectura un medio para aprender la doctrina cristiana, el catecismo fue transformándose en un medio para aprender a leer. Conforme a las corrientes de ideas que se expandieron en Ibero América con el siglo XIX, las Cortes de Cádiz y posteriormente algunas de las primeras constituciones de los estados independientes de México, añadieron como contenidos de las escuelas de primeras letras el estudio de los derechos y deberes del hombre en sociedad.
Después de la independencia el método lancasteriano fue predominando en México. Con su distribución exacta del tiempo escolar, y definiendo como contenidos fundamentales la lectura, la escritura y la aritmética, apenas si dejaba tiempo para el aprendizaje de la doctrina cristiana dentro del horario de clases. Con espacios y tiempos disponibles al mínimo era más necesario contar con un texto sencillo y directo para la enseñanza de la doctrina, situación que condujo a que el catecismo de Ripalda adquiriese mayor relevancia. Además, contenía implícita una finalidad política fundamental, pues por una parte la lealtad a Dios y a la autoridad se traducía en la práctica en lealtad a los gobernantes del naciente Estado mexicano y por otra parte, se reproducía el catolicismo como único lazo de identidad que unía a los mexicanos tan dispersos social y geográficamente y tan diversos culturalmente, con lo que se protegía la integración nacional.
En las primeras décadas del México independiente las escuelas públicas sostenidas por los municipios y los gobiernos de las entidades se multiplicaron. En la mayoría de ellas se utilizaba como texto el catecismo de Ripalda. En 1845 un autor anónimo escribía sobre él: “Este catecismo, por bueno y claro que sea, se resiente de cierta escasez de ideas, y en algunos puntos nos parece sobradamente diminuto… es cosa sensible que no se den esplicaciones (sic) más amplias y claras de las que se hallan en Ripalda”. Y más adelante añadía que el catecismo de Fleury “nos parece digno del erudito y virtuoso autor de la Historia eclesiástica”.
En 1853 el presidente Lombardini en las “Reglas que deben observarse en el ramo de la instrucción primaria” decretó que debía enseñarse en las escuelas “el catecismo de Ripalda, Fleury y obligaciones del hombre por Escoiquiz”. Un año después el presidente Santa Anna dispuso que “en todas las escuelas de la República se enseñe la Doctrina Cristiana por el catecismo del Padre Ripalda aprobado por el Excmo. e Illmo. Sr. Arzobispo de México según su decreto de 13 de enero de 1852”. Estas medidas buscaban también fortalecer la religión católica como sustento de la nacionalidad, frente a la influencia de la cultura anglosajona y el protestantismo, sobre todo después de la reciente invasión norteamericana y la amputación de más de la mitad del territorio mexicano.
Los cambios políticos desencadenados con la revolución de Ayutla se manifestaron en la cuestión educativa. En la Ley General de Instrucción Pública para el Distrito Federal y Territorios de 1861 ya no se mencionó al catecismo religioso como parte de los contenidos obligatorios. Ignacio Manuel Altamirano, entre otros, criticó duramente el catecismo de Ripalda como libro de texto. En su defensa Rafael Gómez publicó un libro en 1871. Para entonces México había cumplido cuatro décadas como estado independiente. Un nacionalismo laico iba desplazando al sentimiento religioso como ideología integradora. Los liberales más ortodoxos abogaron por la enseñanza libre, pero al percatarse de que en la realidad la libertad educativa franqueaba el paso a las instituciones religiosas, contribuyendo al fortalecimiento político de la Iglesia, el ideal de la libertad de enseñanza fue sustituyéndose por el de la educación laica. En las escuelas del último tercio del siglo XIX, junto con la difusión de la enseñanza libre, el catecismo de la doctrina cristiana fue poco a poco sustituyéndose por catecismos o cartillas de moral como el de Nicolás Pizarro Suárez (criticado por católicos tradicionales y por positivistas), la cartilla de moral de la Compañía Lancasteriana, el catecismo de Luis Felipe Mantilla y el de Mariano Galván Rivera, entre otros.
El uso del catecismo de Ripalda fue limitándose cada vez más al adoctrinamiento cristiano en las iglesias y escuelas confesionales. Si bien hay testimonios de que todavía hace pocas décadas algunos maestros rurales lo seguían utilizando en las escuelas públicas para promover su concepto de moral entre los niños.
¿Cuál es el contenido de este catecismo? El ejemplar de 1810 es un librito de 220 páginas y de unos 12.5 centímetros de alto. Está impreso en letra muy grande, 24 puntos y “negrita”. Caben apenas 14 renglones en cada página y 23 caracteres por línea. En consecuencia, es un texto atractivo, accesible, fácil de manejar y leer por los pequeños, quienes pueden avanzar rápidamente a través de sus páginas por lo grande y espaciado de la letra. Lo primero que se aprecia al abrir el libro, formando una cuadrícula de tres por cuatro, son las imágenes de los doce apóstoles. En la contratapa hay una ilustración que representa a Jesús rodeado de niños al pie de unas palmeras. A lo lejos se vislumbra el templo de Jerusalén y escrito al calce: “Dejad que los niños se acerquen a mí”. En la primera página se señala el privilegio concedido por el rey a la editorial de imprimir catecismos, libros y cuadernos de estudios menores, con derecho de exclusividad para venderlos e imprimirlos en la Nueva España.
El libro está compuesto de tres partes. La primera está integrada por una especie de anexos para consulta. La segunda parte por las oraciones básicas y los principios doctrinarios y la tercera constituye el catecismo propiamente dicho, es decir el conjunto de preguntas y respuestas que tiene por objeto la presentación de las oraciones y bases de la doctrina de una manera didáctica.
Comienza con las “advertencias”, una larga lista de las fechas de fiestas para los indios, una tabla para calcular las fiestas que son móviles; después el Santoral, en varias páginas, con los nombres de los santos que deberán venerarse cada día del año; esto es, una versión de los “añalejos”. Enseguida, se anota la “Oración del Santo del Día”, con un espacio en blanco para incluir el o los nombres que correspondan a cada fecha, y la “Salutación” para empezar la jornada.
La segunda parte del libro se inicia con una nueva paginación y con el título “El Texto de la Doctrina Christiana”. Las dos primeras páginas se destinan a justificar y enseñar la Señal de la Cruz. Enseguida se presentan el Padre Nuestro, el Ave María, el Credo, la Salve, los Diez Mandamientos de la ley de Dios, los cinco de la Santa Madre Iglesia, los Siete Sacramentos, los 14 Artículos de Fe, las Obras de Misericordia, los Pecados Capitales, las Virtudes, los peligros y las potencias del alma, los sentidos, los dones y los frutos del Espíritu Santo y las Bienaventuranzas. Finalmente viene la lista de actos con que se perdona el pecado venial, las postrimerías del hombre (muerte, juicio, infierno y gloria) y La Confesión o “Yo pecador”. Todas estas oraciones se debían aprender paulatinamente dentro de un contexto explicativo para cada una, a través del catecismo propiamente dicho que constituye la tercera parte del texto.
Las preguntas iniciales guardan la intención de ubicar al niño en el universo cristiano, lo que lo identificaría desde el principio con los contenidos que se estudiarían posteriormente. El primer tema abordado se titula “Del nombre y señal del cristiano” y comienza:
Pregunta.- Decid niño: ¿Cómo os llamáis?.
Responderá su nombre.
Encomiendese el tener cada uno devoción con el Santo de su nombre.
Pregunta: ¿Sois christiano?
Respuesta.- Si, por la gracia de Nuestro señor Jesucristo.
Pregunta.- ¿Qué quiere decir christiano?
Respuesta.- Hombre que tiene la fe de Christo, que profesó en el Bautismo.
Después de precisar los conceptos de Cristo, Dios y doctrina, anticipa los contenidos generales del catecismo:
Pregunta: ¿Cuáles son? Respuesta.- El credo, mandamientos, oraciones y sacramentos….
Pregunta.- ¿A que está obligado el hombre primeramente?
Respuesta: A buscar el último fin para que fue creado.
Pregunta: ¿Para que fin fue creado el hombre?
Respuesta: Para amar y servir a Dios en esta vida y gozarle en la otra.
Pregunta.- ¿Con qué obras se sirve a Dios principalmente?
Respuesta.- Con obras de fe, esperanza y caridad.
Pregunta.- ¿Qué nos enseña la fe?
Respuesta.- Que creamos en Dios como infalible verdad.
Pregunta.- ¿La esperanza que enseña?
Respuesta.- Que esperemos en Dios como en poder infinito.
Pregunta.- ¿Qué enseña la caridad?
Respuesta.- Que le amemos sobre todo como a Bien Sumo.
A través del sistema de diálogo se buscaba que el niño fuese aprendiendo los rezos escritos en la segunda parte del libro, pero partiendo de un razonamiento, de una explicación del sentido de cada oración y de cada una de sus frases. Se hacen preguntas referidas a la oración correspondiente y luego se deja el espacio para que el niño la repita de memoria. Aquí posiblemente los preceptores podían sujetarse a dos métodos: seguir el catecismo desde sus primeras páginas, y hacer aprender al niño primero las oraciones sueltas y luego la parte de preguntas y respuestas, lo que hubiese sido árido, y tedioso; o bien iniciar el estudio del catecismo desde la tercera parte del libro, con las preguntas y respuestas e ir memorizando cada oración en su contexto. Esto último hacía del adoctrinamiento un proceso razonado, interesante, fructífero, donde la reflexión y el análisis podían estar presentes, si se contaba con un buen instructor, siempre y cuando ese razonamiento no rebasase los dogmas establecidos y que esa reflexión se limitase a relacionar la palabra escrita con el sujeto cognoscente, su concepto de sí mismo, el afianzamiento de sus valores, sus vivencias cotidianas y a guiar sus objetivos en la vida conforme al dictado de la autoridad.
Por ejemplo, al estudiar el Credo, se decía que había sido compuesto por los apóstoles para confesar y confirmar la fe y se planteaban cuestionamientos sobre los temas que aborda la oración. Antes de que el niño recitase que Cristo “descendió a los infiernos”, ya se había enterado qué se entendía como tales:
Pregunta.- ¿Qué entendéis vos por los infiernos?
Respuesta.- Quatro senos o lugares de las ánimas.
Pregunta.- ¿Quales son?
Respuesta.- El primero es el limbo de los niños que mueren sin bautismo. El segundo es el Purgatorio de los que mueren en gracia, debiendo por sus pecados alguna pena, la qual alli satisfacen, y luego va al Cielo. El Tercero es el Infierno de los que mueren en pecado mortal. y alli son atormentados con fuego y penas eternas. El quarto donde estaban como depositadas las Animas de los Santos Padres, hasta que nuestro Señor Jesuchristo baxó a sacarlos para el Cielo.
El niño interiorizaba la noción del castigo y se iba adaptando a las normas sociales de su época. Por una parte se iba construyendo una cárcel del espíritu, asentando las condiciones para una severa auto represión en función de los valores promovidos o condenados. Pero por otra parte se reafirmaba la identidad del niño con su época. Podía adquirir seguridad en sí mismo, pues se le hacía ver que de su comportamiento dependía su vida futura y ante los peligros del mundo, siempre llevaba consigo una protección infalible, la señal de la Cruz, que servía “para defenderse de los enemigos”.
Así pues, por medio del catecismo los niños podían apropiarse de una concepción del mundo, de la vida, y de lo que debía ser la misión del hombre sobre la tierra. Adquiría los valores aceptados y reproducidos por su sociedad y aprendía a relacionarse con los otros y con el medio. Y no sólo adquirían conciencia de sus deberes sino también de sus derechos en este mundo:
Pregunta.- Sobre el Segundo Mandamiento os pregunto: ¿Quien es el que jura en vano?
Respuesta.- El que jura sin verdad, sin justicia, ó necesidad….
Pegunta.- Sobre el Quarto Mandamiento os pregunto: ¿Quien es el que honra a sus padres?
Respuesta.- El que los obedece, socorre y reverencia.
Pregunta- ¿Que deben los Padres naturales con sus hijos?
Respuesta- Sustentarlos, doctrinarlos, y darles estado no contrario a su voluntad.
Se enseñaban a respetar las jerarquías y diferencias de clases:
Pregunta.- ¿Quienes otros son entendidos por padres a más de los naturales?
Respuesta.- Los mayores en edad, saber y gobierno.
Pregunta.- ¿Los casados con sus mujeres como deben haberse?
Respuesta.- Amorosa y cuerdamente, como Christo con la Iglesia.
Pregunta.- ¿Y las mugeres con sus maridos como?
Respuesta.- Con amor y reverencia como la Iglesia con Christo.
Pregunta.- ¿Y los amos con los criados como?
Respuesta.- Como con los hijos de Dios.
Pregunta.- ¿Y los criados con los amos como?
Respuesta.- Como quien sirve a Dios en ellos.
El trato con los otros se concebía no sólo como acción positiva hacia los demás sino que también podía condenarse un acto de omisión:
Pregunta.- Sobre el Quinto Mandamiento os pregunto: ¿que veda mas que el no matar?
Respuesta.- No hacer á nadie mal en hecho, ni en dicho, ni aun en deseo.
Pregunta.- ¿Quien peca contra eso?
Respuesta.- El que hiere, amenaza, injuria, o a su ofensor no perdona.
Pregunta.- ¿Hay, ademas, otras maneras de matar?
Respuesta.- Si hay. Escandalizando o no ayudando al gravemente necesitado.
No podía explicarse a los jovencitos el significado del sexto mandamiento, “no fornicarás”, pero se le adecuaba a las posibilidades del niño, aclarándoles que tener “malos pensamientos” no era pecado en sí, a menos que no fuesen desechados:
Pregunta.- Sobre el Sexto Mandamiento os pregunto: ¿Quien es el que le guarda enteramente?
Respuesta.- El que es casto en palabras, obras y pensamientos.
Pregunta.- ¿Pues quien es el que peca en los malos pensamientos?
Respuesta.- Quien propone cumplirlos, ó de su voluntad se deleyta con ellos…
Así, de esta forma, atendiendo primero a conceptos explicativos y recitando después las oraciones textuales, día tras día los alumnos debían estudiar los mandamientos, los sacramentos, las obras de misericordia, los conceptos de pecado original, venial y mortal, las virtudes teologales y cardinales, las potencias del alma, los sentidos, los dones y los frutos del Espíritu Santo, y las bienaventuranzas. Siguiendo a San Pablo, los escolares comprendían también conceptos que podrían servirles en una praxis política potencial:
Pregunta.- ¿Quienes son los que padecen por la justicia y virtud?
Respuesta.- Los que están firmes en ella aunque por esto sean perseguidos.
Para entonces los niños ya se encontraban leyendo la página 146. Aprendían como hacer un examen de conciencia antes de acostarse, es decir, una reflexión sobre su actividad cotidiana y lo que debían rezar antes de dormir y al levantarse.
En las últimas páginas se explica el modo de ayudar a Misa según el ritual romano, y se incluye la Misa y la letanía en latín. El texto finaliza con una Salutación y la Oración al Santo Sudario.
Al concluir el estudio del catecismo, toda una concepción del mundo y de las relaciones humanas se había transmitido a las nuevas generaciones. Si lograban apropiarse de su contenido, tratarían de visitar al enfermo, dar de comer al hambriento, de beber al sediento, de vestir al desnudo, brindar posada al peregrino, redimir al cautivo y enterrar a los muertos. En su vida cotidiana buscarían enseñar al que no supiese, aconsejar al que lo necesitase, corregir al que errase, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia las flaquezas del prójimo, rogar a Dios por vivos y muertos. Si no llegaban a aplicar estas obras de misericordia es posible que por lo menos sentirían respeto y consideración por quien si lo hiciese y se asumiera de todas formas una actitud moral por acción o por reacción, que de todas maneras contribuía a reproducir socialmente este sistema de pensamiento.
Los niños que hubiesen comprendido la doctrina tratarían de evitar los pecados capitales de soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza. Y si no los evitaban, se quedarían con sentimientos de culpa por ello. Tendrían que cultivar las siete virtudes contra esos pecados: humildad, largueza, castidad, paciencia, templanza, caridad y diligencia; además de las virtudes cardinales de prudencia, justicia y fortaleza.
El joven que deseara superarse tendría que desarrollar las tres potencias del alma; esto es memoria, entendimiento y voluntad, y hacerse merecedor de los siete dones del Espíritu Santo: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, temor de Dios. Si respondía al ideal cristiano podría llegar a alcanzar los doce frutos del Espíritu Santo; estos son, caridad, gozo espiritual, paz, paciencia, liberalidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad. En una palabra, se estaba cultivando la formación del carácter, tan recomendada por los clásicos de la Antigüedad.
He aquí en síntesis el ideal humano hacia el que se quería conducir a los estudiantes. En este librito se resumen el conjunto de valores que se estaban promoviendo de manera expresa. A los ojos de los funcionarios estatales encargados de fomentar la instrucción pública ¿cómo no se iba a difundir este concepto ético? ¿Cómo no hacer obligatorio este compendio de moral en bien de la sociedad? Dentro de esta perspectiva se explica la aceptación de este texto tanto por parte de los pensadores tradicionales como de los ilustrados; y su vigencia igual en las escuelas parroquiales del siglo XVIII que en las lancasterianas, símbolo de la modernización educativa del siglo XIX.
Si bien el catecismo de Ripalda se publicó originalmente en una época en que se concebía a Dios como el centro y el objetivo del conocimiento, su utilidad trascendió a otro momento en que se había rebasado esa idea para adoptar el humanismo. Y fue traído a la Nueva España primero y llevado a los lugares más remotos de la República mexicana después, con la finalidad de conducir al niño “salvaje”, desde una forma de vida propia de una sociedad rural dispersa, hacia la que facilitase el desarrollo de una sociedad industrial, urbana. Más allá de su contenido expreso y de los imperativos categóricos o valores universales, subyacía también en el catecismo la ética de la propiedad privada, del respeto incuestionable a la autoridad, a las jerarquías; la exaltación del individualismo, del mérito al esfuerzo personal que a fin de cuentas justificaba la concentración de la riqueza; las premisas para la reproducción de una existencia cotidiana recta, reprimida y ajena. Esta es la otra cara que explica también la trascendencia histórica del Catecismo de Ripalda.