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Los historiadores Enrique Krauze y Javier Garcíadiego, el científico Mario Molina, el politólogo José Woldenberg y el empresario Lino de Prado recibieron un reconocimiento del embajador de España en México, Carmelo Angulo, quien los calificó como hombres hacedores de puentes entre las dos naciones.
En una ceremonia realizada en la residencia oficial del embajador de España en México, recibieron la Gran Cruz de la Orden de Isabel La Católica y la Orden del Mérito Civil en grado de Encomienda al empresario Lino de Prado.
Al iniciar su discurso, el diplomático lamentó la muerte del publicista Eulalio Ferrer, un hombre que llegó con el exilio español y a cuya memoria le dedicó un minuto de silencio.
Recordó que los cinco personajes distinguidos han realizado trayectorias de singular mérito, con una proyección universal fuera de toda duda y reconocidas con distinciones, así como premios de todo tipo dentro y fuera de México.
“El sentido de reunirnos es reconocer la aportación de cada uno de los condecorados a la actualización y fortalecimiento de los históricos y profundos vínculos que unen a México y España.
“La trayectoria de cada uno de ellos coloca a México como indiscutible foco de irradiación de cultura y conocimiento hacia Iberoamérica y el mundo. Y, al mismo tiempo, los convierte en modernos ‘pontifex’, literalmente hacedores de puentes entre México y España”, dijo.
Carmelo Angulo abundó en el hecho de que hay una línea común en sus vidas y obras: la preocupación acerca el ser y el devenir de México, pues aseguró que son hombres de acción que trabajan para cambiar la realidad de México, y a través de esta, la del pensamiento y la gestión global.
“Ellos simbolizan un México con el que todos los iberoamericanos nos identificamos profundamente, un México críticamente respetuoso de sus múltiples herencias, intelectual y socialmente abierto a influencias de toda índole y procedencia”, consideró.
Añadió que “los cinco condecorados han contribuido, cada uno desde sus campos de actuación, a transformar a México y a crear una agenda y un modo de conducta global”.
Nos hacen comprender “los graves riesgos ambientales que enfrentamos, convirtiendo en una realidad la democracia mexicana, lanzando nueva luz sobre nuestra historia, generando empleo y oportunidades de desarrollo, convirtiendo la herencia del exilio español en aporte educativo de referencia en Iberoamérica”, dijo Carmelo Angulo.
El científico mexicano Mario Molina, Premio Nobel de Química 1995, recordó que España es un país que siempre lo ha recibido con afecto y con los brazos abiertos, y reconoció la manera en cómo está atacando el problema del calentamiento global.
“Lo que está haciendo España en esa materia es ejemplar, y dan muestra de cómo deberían responder los demás países del Planeta”, expresó.
La Real y Americana Orden de Isabel La Católica fue creada por el rey Fernando VII el 14 de marzo de 1815, con la finalidad de premiar la lealtad a España y los méritos de ciudadanos españoles y extranjeros en bien de la nación y, en especial, por servicios prestados para la prosperidad de los territorios americanos.
En la actualidad, esta distinción se concede para premiar aquellos comportamientos extraordinarios de carácter civil, por parte de españoles o extranjeros que redunden en el beneficio de la nación o que contribuyan a favorecer la amistad de España con la comunidad internacional.
Esta distinción fue otorgada a los mexicanos en agosto de 2008, luego de la visita que el presidente de México, Felipe Calderón realizó a España, en julio de ese mismo año.
A propuesta del Ministro de Asuntos Exteriores, el rey Juan Carlos y el Consejo de Ministros del gobierno español autorizó conceder dichas condecoraciones.
Entre los condecorados con la Gran Cruz de la Orden de Isabel La Católica también está el escritor Carlos Fuentes, quien la recibió el pasado martes de manos del presidente del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero.
ORDEN DE ISABEL LA CATÓLICA
La REAL Y AMERICANA ORDEN DE ISABEL LA CATÓLICA fue creada por el Rey Don Fernando VII, mediante su Real Decreto de 24 de marzo de 1815, movido por el aprecio que sentía el monarca por los valientes que defendían sus derechos frente a los insurrectos en América, y con el deseo de recompensar la acrisolada lealtad, el zelo y patriotismo, desprendimiento, valor y otras virtudes, que tanto los individuos de la milicia como los de todas las clases y gerarquías del Estado han mostrado y mostraren en adelante, en favor de la defensa y conservación de aquellos remotos países.
Escudo de los Reyes Católicos de España Don Fernando e Isabel.
La Orden se puso bajo el patronato de San Isabel, Reina de Portugal, cuya fiesta sería conmemorada anualmente con toda solemnidad. La Orden es compatible con todas las del Reino, y también con las extranjeras, pudiendo llevarse las insignias conjuntamente. En sus primeros Estatutos se establecían tres categorías: gran cruz, caballeros de primera y de segunda clase. A semejanza de lo que se observaba con las Reales Órdenes de Carlos III, de San Fernando y de San Hermenegildo, inherente a la concesión de la cruz era la de la nobleza personal en favor del que no la gozare -privilegio, por cierto, hoy en pleno vigor-.
Los primeros pasos de esta nueva Orden fueron prometedores y brillantes. El Rey hizo por sí mismo la primera creación de caballeros (quince grandes cruces, catorce caballeros de primera clase, y tres de segunda clase). Nombró también el Capítulo Supremo (presidido por el Duque de San Carlos), que se reunió por primera vez en la real cámara el 29 de mayo, junto a los grandes cruces residentes en la corte. Todos juraron en manos del Rey(1), y fueron armados caballeros e investidos de las insignias por la Majestad Católica. En aquella primera reunión el Capítulo propuso al Rey el cambio de clases, que en los sucesivo serían las de gran cruz, comendador y caballero. Y que para que no se viese esta cruz sobre el pecho de mestizos, indios o negros, quedaron éstos excluidos, creándose para ellos una medalla de oro con el busto del Rey, pendiente de cinta morada. Esta medalla se destinaba también a sargentos y clases de tropa de dichas castas, mientras que a los blancos se les daría esta misma medalla pero laureada. Finalmente, el Capítulo pasó a denominarse Asamblea General, y propuso a S.M. el modelos del collar de oro y del traje de ceremonia.
El Real Decreto de 24 de julio de 1815 estableció la dotación de la Orden Americana con la suma de 1.600.000 reales, procedentes de rentas eclesiásticas de Nueva España, Lima, Chile, Manila, Guatemala, La Paz, La Habana, Valladolid de Michoacán, y Caracas. Con esta renta se crearon cien encomiendas, dotadas cada una con 4.000 reales cada año. Otro Real Decreto, éste dado el 2 de febrero de 1819, extendía a los caballeros gran cruz los mismos honores que tenían los caballeros gran cruz de la Orden de Carlos III. Además, el Real Decreto de 30 de julio de 1820 concedió el privilegio de la patada y la espontonada a los caballeros gran cruz(2). Por fin, en virtud de la Real Orden de 30 de diciembre de 1824, los caballeros gran cruz tienen los mismos honores militares que los del mismo grado de la Orden de Carlos III.
El 6 de mayo de 1816, la Santidad del Papa Pío VII expedía bula aprobando y confirmando la nueva Orden Americana, y extendiendo a sus caballeros y ministros las mismas indulgencias y gracias espirituales que a los de la Orden de Carlos III: principalmente que el gran canciller o confesor electo por los caballeros pueda absolverles de cualquier sentencia o censura eclesiástica, por graves que fuesen sus delitos -excepto los reservados a la anta Sede-; le concedió también facultad para conmutar los votos hechos por los caballeros, excepto los de castidad y religión; así como facultad para darles la indulgencia plenaria y la bendición apostólica in articulo mortis. A los caballeros gran cruz y a los ministros les autorizó para tener oratorio privado en sus casas, y que en él se dijeran hasta dos misas diarias; y que en caso de enfermedad las misas fueran en pieza inmediata a su alcoba. También a que en sus viajes pudiesen llevar altar portátil. Concedió igualmente el pontífice la indulgencia plenaria a todo caballero que confesase y comulgase el dia de su investidura o el dia de la Inmaculada, y otras indulgencias en fechas señaladas. La bula les permite comer carne, huevos y lacticinios en Cuaresma. Por último, autoriza a que las esposas e hijas de los caballeros gran cruz y de los ministros seculares puedan entrar en monasterios y conventos de monjas donde tuviesen parientas de primer o segundo grado, sin pasar la noche en ellos, con licencia del Ordinario y consentimiento de la priora o abadesa. En 1854 la Asamblea decidió que el privilegio de oratorio y altar portátil fuese extensivo a todos los caballeros de la Orden.
La Asamblea decidió en sesión de 20 de enero de 1816 que el ceremonial de investidura de los caballeros fuese idéntico al de la de Carlos III, y escogió para sede de la Orden la iglesia de Santa María la Real de la Almudena. Se hicieron entonces los mantos del Rey e Infantes, y los de los miembros de la Asamblea Suprema; estas vestiduras consistían en un manto de tercianela de color de oro con su muceta blanca, y dos fajas que caerán desde el cuello hasta los piés, de la misma tela, bordadas de hilo de oro, túnica de tercianela blanca, rematado con un fleco de hilo de oro, cinturón blanco sobre la túnica, bordado de oro; espadín, zapato blanco con lazo dorado, y sombrero a la antigua española con plumas blancas y doradas. El primer Capítulo general tuvo lugar los días 6 y 7 de julio de 1818, en el templo de San Francisco el Grande. La ceremonia fue solemnísima, y tras ella almorzó allí el Rey en público, sentando a su mesa a los componentes de la Asamblea. En los mismos términos tendría lugar el segundo Capítulo, a 11 de agosto de 1819.
Perdidas las posesiones americanas, desde fines de la década de los veinte la Orden quedó sin fondos y en estado de postración. Y aunque se propuso a Su Majestad la venta de cruces para sufragar las obras del Real Canal del Manzanares, no tuvo efecto por la oposición de la Asamblea. Es más, tras la muerte de su fundador Don Fernando VII (30 de septiembre de 1833), e iniciada la guerra civil entre cristinos y carlistas, se suspendió totalmente el pago de las pensiones y de los sueldos de los ministros, y éstos oficiales quedaron anejados desde septiembre de 1836 a los de la Orden de Carlos III. Poco después se modificó el tenor del juramento, para adaptarlo a las nuevas circunstancias constitucionales.
En 1847, el primer ministro Pacheco acometió una importante reforma de las Órdenes Reales españolas. En lo que respecta a esta de Isabel la Católica, procede recordar que, tras declarar que volvería a ser el premio civil de los ciudadanos de Ultramar -lo que jamás ocurrió-, se variaron los trajes de ceremonia, se limitó a 80 el número de grandes cruces, y a 200 las encomiendas de número -clase de nueva creación-. La insignia de esta nueva clase se definió por la Real Orden de 6 de septiembre de 1847, y consiste en una placa algo menor que la de la gran cruz, pero cuyo medallón central ostentaba la cifra del monarca fundador esmaltada en azul sobre fondo de oro. Cabe señalar que la intentada limitación en el número de las concesiones no sirvió de nada, y que en 1864 existían nada menos que (723 grandes cruces!. Otro Real Decreto de 8 de octubre de 1851, sobre las Órdenes Reales, fijó definitivamente el procedimiento de concesión y los grados de la Orden
Los Capítulos solemnes continuaron celebrándose al menos hasta la conclusión del reinado de Don Isabel II en septiembre de 1868, asistiendo a ellos los caballeros con sus espléndidos mantos ceremoniales. En todo caso, es importante insistir en que, desde poco después de su fundación, y hasta comienzos del siglo XX, la Real Orden de Isabel la Católica -dejó de denominarse Americana a mediados del siglo pasado- fue considerada la condecoración general y propia del mérito civil, y como tal se distribuyó amplísimamente entre toda la ciudadanía.
Pocas fueron ya las innovaciones introducidas hasta 1931. Aunque la Orden fue suprimida por decreto del Gobierno republicano de 29 de marzo de 1873, fue restaurada sin mayores complicaciones por el Real Decreto de 7 de enero de 1875 (Gaceta de Madrid del 8 de enero). Por la Real Orden de 8 de noviembre de 1889 se establecieron las normas de concesión a los militares: la cruz para los oficiales, hasta capitán; la encomienda a los comandantes y tenientes coroneles; la encomienda de número a los coroneles; la gran cruza para los generales. A los funcionarios civiles se les equiparó en las mismas categorías. El Real Decreto de 15 de abril de 1889 impuso la amortización de grandes cruces y encomiendas de número, hasta que las primeras quedasen reducidas a 800. Pero el Real Decreto de 25 de octubre de 1900 suspendió esta amortización de grandes cruces y encomiendas de número. El Real Decreto de 16 de marzo de 1903 creó la Cruz de plata, libre de impuestos, con el fin de premiar servicios del personal palatino y civil subalterno. Con la misma intención se dictó el Real Decreto de 15 de abril de 1907, por el que se creaban la Medallas de plata y de bronce, destinadas a premiar los servicios de la clases e individuos de tropa, y de los subalternos civiles.
Mayor trascendencia tuvo para la Orden la creación en su seno de un grado supremo, el de Caballero del Collar, obedeciendo al Real Decreto de 22 de junio de 1927. Recordemos que ya desde 1816 los caballeros gran cruz venían utilizando un collar como insignia de su grado; pero en 1927 lo que se hizo fue crear una nueva categoría dentro de la Orden, y por cierto que su insignia -el collar- fue completamente distinto del collar utilizado desde 1816 -cuyo uso por los caballeros gran cruz, por cierto, no parece haber sido prohibido expresamente-. Este nuevo grado quedó reservado a la Real Familia, a las más altas jerarquías del Estado, y a los supremos dignatarios extranjeros.
La Real Orden de Isabel la Católica fue la única que no se suprimió en julio de 1931, permaneciendo como la suprema condecoración del Estado. Aunque, eso sí, se disolvió su Asamblea y hubo de dictarse un nuevo Reglamento (Decreto de 10 de octubre de 1931), para que el presidente de la república presidiera el Consejo. También se modificaron las insignias pra adaptarlas a la simbólica republicana, y se creó el grado de oficial. Un segundo Decreto dado el 4 de diciembre de 1934 (Gaceta de Madrid del 8 de diciembre) fijó los grados dentro de la Orden.
El Gobierno Nacional restableció la Orden por Decreto de 15 de junio de 1938 (B.O.E. del 17 de septiembre), en plena guerra civil, dotándola de un nuevo Reglamento dictado el 29 de septiembre de aquel año (B.O.E. del 1 de octubre), que con pocas modificaciones era el primitivo de 1815, una vez derogadas las novedades republicanas. Posteriormente, el Decreto 1353/71, de 5 de junio de 1971 (B.O.E. del 26 de junio), definió las clases de la Orden, recuperando el grado de Oficial establecido en 1931 y suprimido en 1938. Esta normativa es la que rige actualmente, aunque se encuentran muy adelantados los trabajos legislativos para su reforma.
Actualmente, la Real Orden de Isabel la Católica tiene por objeto premiar servicios meritorios prestados a l Patria por nacionales y extranjeros; es decir, aquellos hechos distinguidos de carácter civil, que redunden en beneficio de la Patria.
En virtud de la voluntad del monarca fundador, expresada en los Estatutos fundacionales, Su Majestad el Rey es el gran maestre de esta Real Orden, y ostenta diariamente las insignias correspondientes. La Cancillería y oficianas de la Orden existen desde su fundación en la primera Secretaría de Estado (más tarde Ministerio de Estado, y hoy Ministerio de Asuntos Exteriores). Cuenta la Orden para gobernarse con un Consejo, integrado por un cancilelr-presidente, que es el Cardenal-Arzobispo de Toledo, cuatro vocales gran cruz, cuatro vocales comendadores de número, un secretario (el jefe de Protocolo, Cancillería y Órdenes del Ministerio), un tesorero (el jefe de Contabilidad del Ministerio), y un contador-maestro de ceremonias.
La principal festividad de la Real Orden es la de la patrona Santa Isabel de Portugal (8 de julio), que se solemniza con una misa en la catedral, convocada por el caballero gran cruz más antiguo. Al dia siguiente se celebran los solemnes funerales por los caballeros de la Orden fallecidos. Se celebran también las fiestas dinásticas del aniversario del gran maestre (5 de enero), sus días (24 de junio), y los de los patronos de la Familia Real: San Fernando de Castilla (30 de mayo) y San Luis de Francia (25 de agosto). En estos días es costumbre lucir las insignias.
La Real Orden de Isabel la Católica consta de las siguientes categorías: Caballero del Collar, limitada a 25 plazas; Caballero Gran Cruz (Banda, cuando se trate de señoras), limitada a 500 plazas; Comendador de Número, limitada a 800 plazas; Comendador; Oficial; Caballero (Lazo si se otorga a señoras); y Cruz de Plata.
Todos los caballeros de la Orden gozan del privilegio de la nobleza personal(3), y los caballeros católicos también de los concedidos por el Papa Pío VII -es decir, los de oratorio privado, altar portátil, indulgencias…-. Además, los caballeros del collar y los caballeros gran cruz tienen tratamiento de Excelencia, entrada en Palacio, y derecho a honores militares, como hemos advertido antes. Los comendadores de número tienen tratamiento de Ilustrísima; y solamente el de Don los de las restantes categorías.
El emblema de la Orden se describe en los Estatutos fundacionales como una cruz de oro coronada con una corona olímpica o de cogollos de olivo, formada de cuatro brazos iguales, esmaltada de color roxo, conforme al pabellón español, e interpoladas con los brazos unas ráfagas de oro: En su centro habrá sobrepuesto un escudo circular en que se verán los esmaltes de las dos columnas y dos globos o mundos, que representarán las Indias, enlazados con una cinta, y cubiertos ambos con una corona imperial, llenando el campo del escudo los rayos de luz, que partiendo de los mismos globos se extienden en todos los sentidos. En su exergo, y sobre campo blanco, se leerá de letra de oro, la siguiente leyenda: A LA LEALTAD ACRISOLADA. La cruz será lo mismo por el reverso que acaba de explicarse por el anverso, con la diferencia de que en él habrá de leerse: POR ISABEL LA CATÓLICA, FERNANDO VII, colocando aquella leyenda en la mitad superior del exergo, y este mi nombre, como Fundador de la Orden, sobre campo azul en cifra de oro, coronada de corona Real en el centro del escudo (entre 1931 y 1938 el reverso mostró una carabela navegando; desde 1938, muestra la cifra de los Reyes Católicos en campo azul).
Todos los caballeros, además de las insignias que se describen a continuación, pueden vestir las vestiduras y el manto ceremonial propios de la Orden, en la forma que describe el Real Decreto de 6 de julio de 1847. Estos uniformes parecen muy anticuados, y por ello el Ministerio de Asuntos Exteriores está estudiando su actualización.
Las insignias del Collar son propiedad de la Orden, y deben ser devueltas a la Cancillería tras el fallecimiento de los agraciados. El collar consta de una pieza central con el Escudo de los Reyes Católicos sostenido por el águila de San Juan de oro. A ambos lados del referido Escudo parten las piezas o eslabones de que se compone el collar, sumando en total 15, separadas estas piezas unas de otras por dos hilos de cadena. En ocho eslabones de forma rectangular figuran enlazados un grupo de cinco flechas y un yugo sobrepuesto en estos atributos, y en los extremos se hallan las letras F. Y., de caracteres góticos, esmaltadas en rojo (que corresponden a las iniciales de los Reyes Católicos). Los eslabones restantes están formados por una corona de laurel circular, en cuyo centro figuran los atributos de dos mundos coronados y dos columnas con la leyenda Plus Ultra. Pendiente de la pieza central va una cruz igual a la que llevan las demás categorías de la misma Orden, de tamaño exacto a una cruz de Comendador ordinario. La banda del Collar es de seda, de 101 mm. de anchura, toda de color de oro con una lista blanca próxima a cada uno de los bordes; pende de ella la cruz venera de la Orden, que es semejante a la de Caballero. La placa correspondiente al Collar es la misma que la de las Grandes Cruces ordinarias.
Las insignias de la Gran Cruz son la banda y la placa. La banda es de seda blanca, de 101 mm. de anchura (45 mm. si es de señora), con dos fajas de color de oro y de 24 mm. de ancho, dispuesta a poca distancia de sus bordes; uniendo los extremos de dicha banda un lazo de cinta angosta de la misma clase, de la que penderá la cruz de la Orden, idéntica a las de los Caballeros. Llevan asimismo los caballeros Gran Cruz sobre el costado izquierdo una placa de oro de 85 mm. de diámetro, de la misma forma que la cruz e igual esmalte que ella, más con la diferencia de que el centro va rodeado de unos ramos de laurel verdes, atados por una cinta blanca en la cual se lee A la Lealtad acrisolada, en la parte superior, y en la inferior Por Isabel la Católica. Remata esta corona de laurel, en su parte superior, un pequeño círculo azul con la cifra de los Reyes Católicos, y la corona real.
Los Comendadores de Número llevan sobre el costado izquierdo una placa de 75 mm. de diámetro, semejante a la de la Gran Cruz pero cuyo centro muestra dos columnas coronadas, con sendas cintas que muestran el lema Plus Ultra, y entre ellas, al fondo, un sol en su orto sobre el océano (recordemos que hasta 1931, el centro de esta placa llevaba sobre fondo azul la cifra del monarca fundador en oro, y entre 1931 y 1938 se dispuso llevase una carabela navegando). Los Comendadores ordinarios llevan la cruz de la Orden, del tamaño de 60 mm. de diámetro, pendiente del cuello mediante una cinta de los mismos colores que la banda, pero de 45 mm. de anchura.
Los Oficiales y Caballeros llevan la cruz de la Orden del tamaño de 47 mm. de diámetro, y pendiente de un pasador-hebilla dorada, en la forma regular, unos y otros con cinta de la clase arriba explicada y cuyo ancho sea de 30 mm.; los Oficiales llevan encima de esta cinta una roseta con idénticos colores. Las señoras condecoradas con el Lazo llevan la misma cruz, pero pendiente de un lazo de cinta de 30mm. de anchura, colocdo en la parte izquierda del pecho. La Cruz de plata es de la misma forma y tamaño que la de Oficiales y Caballeros, pero toda de plata bruñida y sin las ráfagas de los entrebrazos. Se luce del mismo modo que la cruz de Caballero.
Cuando se viste traje de calle puede llevarse en el ojal de la solapa, como distintivo del grado a que pertenece el agraciado, una roseta: quienes posean el Collar o la Gran Cruz, con los colores de la banda correspondiente. Los Comendadores de número, una roseta con los colores de la Orden sobre un galoncillo dorado; los Comendadores, sobre un galoncillo mitad dorado y mitad plateado; los Oficiales, sobre un galoncillo plateado, y los Caballeros sobre galoncillo de cobre. Los agraciados con Cruz de plata lucen una sencilla cinta pasada por el ojal de la solapa.