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Tarjetas pintadas


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Tarjeta pintada de febrication française.

{mosgoogle}En los mercados de Oaxaca, Villahermosa, Tapachula, Tuxtepec y otras
pocas ciudades y contados pueblos de la República mexicana aun se
establecen frecuentemente los sitios de venta de las tarjetas pintadas.
Algunos habitantes de esas regiones, principalmente los que viven en
lugares lejanos, en las montañas o en los valles distantes de los
centros urbanos, buscan y compran estos artículos singulares, los
cuales fueron elementos de oferta y demanda comunes durante muchos años
a partir del decenio de los veintes. Su aceptación y efectividad
iconográfica menguaron y casi se extinguieron con el advenimiento de la
televisión ?en México ocurrió en los primeros años cincuentas-
probablemente porque los personajes, las poses, los colores, los
incentivos y las tentaciones que mostraban resultaban anacrónicos en el
transcurrir de temas y tiempos; también porque la socialización de los
aparatos y los implementos fotográficos ofreció alternativas más
funcionales, personales y actuales.

 

Estampa religiosa pintada.
No deja de sorprender, sin embargo, la supervivencia hoy en día de
estas tarjetas pintadas. ¿Por qué hasta la fecha son adquiridas,
enviadas y hasta coleccionadas por los miembros de nuestras comunidades
no urbanas, principalmente campesinas? Estas fotografías químicamente
?tratadas? son sucesoras ?nietas, bisnietas y demás- de las
fotos-tarjetas de presentación y de las postales que estuvieron en boga
sobre todo a partir de los últimos años del siglo XIX. Entre sus
antecesores más antiguos se cuentan las estampas religiosas, los
grabados de imágenes visuales reproducibles mediante sistemas
técnicamente primitivos.

            En la profusa y relativamente económica capacidad
de reproducción de estos iconos radica su enorme atractivo. Si lo
pensamos con detenimiento constituyen formas fáciles de democratización
de las efigies, de las situaciones y de los paisajes. Las tarjetas
pintadas ?como las estampas de santos que todavía hoy se reproducen con
oraciones y otros textos impresos- hacían común la experiencia de
llevarse a casa, al terruño, a la habitación y al sitio de
establecimiento y origen, una imagen que por principio de identidad
religiosa, artística o política representaba algo ?único? sólo
excepcionalmente accesible y adquirible. Aquellos compradores de los
primeros grabados de madera probablemente sintieron que la santidad que
rodea a las imágenes colocadas en los altares de las catedrales, las
iglesias y los lugares santos en algo impregnaba a esas reproducciones
no siempre burdas o faltas de exquisitez. En estos productos
reproducibles los artesanos y grabadores expresaban sus amplias
habilidades para lograr, mediante síntesis elocuentes, la
transfiguración de la imagen. ¿Por qué no pensar que en la adquisición
y el uso de las tarjetas pintadas ?ahora productos remanentes de una
cultura popular ?manejada? o distorsionada- se haya colado algo del
misticismo y el fetichismo de antaño, reproducido a partir de efigies e
iconos que en nada se relacionan con valores e iconos locales? Por otra
parte, la mancha de color resulta el ?toque? para reducir o hasta
extinguir el dramatismo propio de la fotografía en blanco y negro.

 

Matrimonio.
Los historiadores del arte plástica saben y explican
frecuentemente la manera como la composición básica de cada época
creativa en pintura, así como otras manifestaciones características del
quehacer pictórico, se traslada a otros tipos de presentación visual,
tales como bajorrelieves, grabados, ornamentos arquitectónicos,
estampas, columnas y capiteles, etcétera. A partir de la invención de
la imprenta este fenómeno adquirió especial relevancia para la
presentación de los libros y sus encuadernaciones. En buena parte sus
adornos y complementos visuales no sólo eran reproducciones de pinturas
respetadas y cultivadas sino que los dibujantes y artistas de la
tipografía volcaban su imaginación y su destreza en aras de viñetas,
capitulares y ornamentos de colofones, nombres y firmas que se
inspiraban libremente en los originales pictóricos. Con todo, estos
productos para la bella y funcional impresión adquirían luces y
variables propias, muy sugerentes y atractivas hasta la fecha.
Matrimonio.
En las tarjetas pintadas alguna influencia subyacente puede
intervenir mediante mecanismos semejantes al fenómeno descrito. Algo
parecido puede intervenir en el gusto de sus distribuidores y
consumidores contemporáneos. En algunos casos las situaciones
iconográficas reflejan episodios idílicos, poses de cariz religioso,
alegorías ligadas a un amor y un afán de comunicación que en su versión
?foto pintada? resulta tan sublime como su posible, imaginada
estructura narrativa. Los adornos florales resuelven asociaciones
relevantes o peliagudas con la belleza física y espiritual y, al mismo
tiempo, invocan ofrendas propias para vírgenes y dolorosas. La rosa
?aun tratada o, mejor, maltratada-, alterada por las sustancias
químicas, sigue expresando su capacidad simbólica en torno a la
pasividad y la pureza, no sólo femeninas. Las miradas de los personajes
establecen un sistema de halagos y reconocimientos que no permiten que
la composición, el recuadro, se disuelva o lance energía fuera de sus
límites. Aún así, a veces los modelos que posaron ?para establecer con
rapidez y efectividad fotográficas los ?sentimientos? pensados y
diseñados- cambian totalmente el esquema visto y previsto: la mirada
traviesa de una dama no logra ?tal vez no quiere- disfrazar avideces y
lujuria; la concentración de los ojos del galán se vuelve tan oscura en
el revelado, que sus varoniles destrezas quedan a la vista, alejadas
totalmente de la tradicional pureza prematrimonial. En ocasiones, los
toques del color resultan tan fogosos que los rostros y cuerpos de las
mujeres exudan febriles objetivos y fantasías. Asimismo, hay carnes y
labios que mostrados en ?estado de color? ?sugerencias cromáticas y
metafísicas- se inclinan más en dirección de los propósitos de las
altas temperaturas que en el sentido de las situaciones sobrias y
amainadas que garantiza el blanco-y-negro.
Un feliz matrimonio recibe avisos de golondrinas.
La presencia de tipos humanos y raciales alejados totalmente
de la conformación y de las figuras locales y nacionales, nos hace
relacionar las ?escenas? de las tarjetas pintadas con etnias semejantes
a aquéllas que vieron y padecieron nuestros antepasados mexicanos.
Evocan una enorme cantidad de santos y mártires de origen europeo que
?a diferencia de la Virgen morena- mantuvieron su fisonomía europea y
extranjera también como prueba de dominio. La Divina Familia,
la Santa Cena, el Descendimiento, la bendición, la muerte y
transfiguración de Cristo, la mirada de los beatos, la unión sana y
pura de los cuerpos venerados con el espíritu Santo, ¿no llegan a
repetirse, aun imperceptible, simbólica o disfrazadamente en las
singulares composiciones de marras? Y si prolongamos un poco en el
tiempo histórico, elástico y multisecular este tipo de asociaciones
étnico-culturales, ¿no podríamos descubrir en estas manidas y
artificiosas repeticiones ?anglosajonas? las mismas invocaciones y
atractivas y deseadas prolongaciones visuales?
Familia.
Naturalmente, desde las postrimerías del siglo XX grandes cambios
tecnológicos han ocurrido en el universo de las artes visuales,
especialmente de la fotografía. Mucho hemos aprendido los forzados
usuarios y víctimas de la publicidad, la televisión comercial, el
cartel propagandístico, etcétera, para procesar mentalmente o
?absorber? sin más, sin generar o establecer algún tipo operativo de
juicios críticos o contraproducentes mentales, muchos y repetitivos
productos e imágenes. ¿Por qué no pensar que aquellos que se inclinan
por el uso y las aplicaciones tardías de estas tarjetas pintadas se
hallan en igual estado de castidad, sometimiento o hastío? En México
existe una larga y profunda tradición pictórica ?una saludable cultura
de lo visual sumamente extendida y madura- que salvaguarda la calidad
de ciertas prácticas y acciones visuales como la impresión de
calendarios, carteles de toros y de ?películas?, tarjetas postales,
avisos, letreros; con esmero e imaginación se confeccionaron adornos y
estampados ?ahora en camisetas, pantalones y hasta ropa interior-,
volantes, tatuajes, escenografías, títeres. Murales. Los pintores y
fotógrafos mexicanos han sabido asimilar ?a veces, y en casos
específicos, asumir- las enseñanzas de esta popular pictografía, llena
de señales y avisos visuales, repleta de mensajes aparentes y
explícitos, inconscientes y voluntarios. Tales las funciones del arte:
construcción, diseminación y ¡ojalá! Democratización (socialización) de
formas?
Familia.
Somos un pueblo de ávidos consumidores de obras, inventos,
descubrimientos y transmisiones visuales. En el dejo de ingenua insanía
o de morbosa o hasta perversa desproporción visual que denotan estas
tarjetas pintadas se hallan ciertas claves en torno a los contrastes
?alejados de cierta variedad estricta y provechosa, cuestionadora y
antisolemne- que existen culturalmente en el país. Si nos atenemos a la
natural y tradicional pureza de las ?fotos de pueblo? que tanto ha
alcanzado y registrado el habitante de nuestras regiones agrícolas y no
urbanas; si recuperamos mentalmente la calidad lograda en el
desenvolvimiento de nuestra fotografía artística o en la alta
efectividad de nuestra fotografía periodística ?ya de tantos años
acumulada sin ceder a los embates de la mediocridad-, entonces estas
tarjetas pintadas nos resultan curiosidades culturales y hasta
políticas, dignas de una investigación más acuciosa, más seria, que nos
permita arribar a interpretaciones menos inclinadas a sólo conceder la
vigencia y la justificación de lo elemental, lo cursi, lo naive, lo inhabitual o lo curioso.
Niñez e inocencia.
La presencia de estas inocentes tarjetas pintadas en el ánimo
y los hábitos emblemáticos (siempre contundentes) de México se extiende
y desparrama en otros medios y conductos durante decenios posteriores.
La industria de la publicidad nos adereza con los mismos rostros y
situaciones fantasiosos en anuncios, impresos y de televisión en los
que modelos hollywoodenses y anglosajones y modos de vida ?idílicos?
nos otorgan la capacidad de penetrar en el reino de los cielos de la
modernidad y del consumo. ¡Alabada sea la globalización visual e
iconográfica! ¿Mestizaje de ideas, propuestas, sensaciones? ¿Por qué,
para qué el desarrollo de talentos y profesionales en el diseño y
producción de anuncios si nos conformamos con la ingenua coloración de
situaciones visuales? Con sólo ?echarle? un poco de color al mundo
sensible de fotos, productos, situaciones, actitudes ?modernas? y
actuales no basta para incorporar (sin análisis, sin discusión ni
recreación) a nuestras culturas, sucesivas en el tiempo y en el
espacio, la realidad estrujante y variada del universo contemporáneo,
inmediato y actual. ¿Bastarán las manchas de color superpuestas para
transformar los mundos de las sociedades contemporáneas?
 
* Alberto Dallal ,Su libro más reciente es Estudios sobre el arte coreográfico.
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