LOS TOISONES DE ORO
El día 16 de diciembre de 1987, el diario ABC de Madrid publicaba, en su portada interior, una breve nota en la que se informaba de la aparición en una caja privada de un banco suizo, de las insignias de los toisones de Carlos V y de Felipe II. La sorprendente noticia suscitó un enorme interés por las circunstancias del hallazgo y lo sorprendente de la atribución.
Una entidad bancaria helvética, abrió una caja de seguridad, de titularidad anónima, cuyo alquiler había abonado durante años el conde del Grove. La decisión del banco se había tomado ante la alta de pago que, desde hacía años, figuraba en sus archivos, por lo que su contenido, según los estatutos de la institución, había pasado a ser propiedad del banco. Pues bien, al abrirse la caja y elaborarse un inventario, se encontraron junto a las mencionadas insignias, documentos otros objetos que indicaban que u propietario no podía ser otro que el difundo rey Alfonso XIII, en cuyo nombre actuaba el conde de Grove. Al enterarse de estos, los directivos de la firma renunciaron a sus derechos y decidieron regalárselo a la Casa Real de España.
Aunque en la referida nota de prensa se decía que tales insignias eran los toisones de Carlos V y de Felipe II, parece claro por las características de las joyas, que son piezas más modernas, seguramente labor del silo XVIII, por lo que pudieron ser más bien propiedad de sus homónimos Carlos III y Felipe V, lo que además podría explicar el error de atribución que se ha seguido repitiendo sin fundamento desde el mismo momento de su aparición.
Desde entonces, tanto don Juan Carlos como su padre, el fallecido Don Juan de Borbón, han lucido en varias ocasiones, colgando de su cuello, las soberbias veneras. Una de ellas ?la que utiliza Don Juan Carlos que se reserva su uso para actos de especial solemnidad, como cenas de gala en honor de los visitantes más ilustres- se expuso en la muestra conmemorativa de Felipe II celebrada en El Escorial en 1998 y la otra, se vio efímeramente, en la celebración del octogésimo cumpleaños del conde de Barcelona, que tuvo lugar en el Palacio de la Granja en 1993.
La orden del Toisón fue creada por Felipe III el Bueno, duque de Borgoña, en 1430, para solemnizar su boda con Isabel de Portugal. Inspirándose en le orden inglesa de la Jarreta, tomó como símbolos ciertos asuntos de la leyenda de los argonautas. Los collares de la orden, numerados y que deben restituirse al soberano al fallecimiento del agraciado, se componen de eslabones que alternan la ?B? de Borgoña con el pedernal y las llamas en esmalte, divisa del duque de Borgoña. De la cadena prende un vellocino. Otras insignias para ocasiones menos solemnes pueden añadir todo tipo de fantasías, con pedrería y esmaltes, son propiedad privada de cada caballero.
En 1477, a la muerte del duque Carlos, su hija María transmite a su cónyuge, Maximiliano de Austria, la jefatura del Toisón. El hijo de ambos, Felipe I de Casilla, por su matrimonio con Juana I aporta la orden a la herencia de su hijo Carlos, rey de España, duque de Borgoña y emperador: El rey Carlos II, ultimo soberano de la dinastía de Austria, designó sucesor a su sobrino el duque de Anjou, lo que provocó el estallido de la guerra de Sucesión cuyo fin significó el asentamiento de Felipe V en España mientras que su rival obtenía la titularidad del Imperio, donde reinó como Carlos VI. Los tratados con los que se selló la paz en 1713 reconocían que el emperador podría usar, mientras viviese, los títulos referentes a la Corona de España. Nada se decía del Toisón: se respetaron las nominaciones de los caballeros de la orden por él realizadas y, a su muerte, debería quedar la rama española como única titular. Pero los Habsburgo siguieron ejerciendo por su cuenta la soberanía de la orden, pese a las protestas del rey de España.
De resultas de esta situación, el rico tesoro de la orden (que hasta aquellos momentos se había conservado en Bruselas) quedó en poder de los Habsburgo y aún hoy puede admirarse en el Museo del Palacio de Imperial de Viena, a pesar de las reclamaciones formuladas por Alfonso XIII desde 1919, una vez caído el Imperio austro-húngaro. La situación de hecho a la que se llegó es que había una Orden del Toisón de Oro cuya soberanía se arrogaban el rey de España y el jefe de la Casta de Austria, sin que ninguno de los dos reconociese al otro como tal, pero que aceptaban recíprocamente los respectivos nombramientos de caballeros. Felipe V sus sucesores en España mantuvieron la regia estima hacía la orden y José I (Pepe Botella) la mantuvo, en la creencia de que le correspondía su jefatura por el hecho de ser rey de España.
A lo largo de la historia, las insignias del Toisón han dado lugar a joyas de gran valor material e histórico. Así, durante la guerra de Independencia, los poderes que rigieron la España no sojuzgada por los franceses hicieron concesión del vellocino al duque de Wellington, generalísimo de los ejércitos aliados. De entre las varias insignias que poseyó destacó una: la que, según revelara lady Shelly, le regaló la condesa de Chinchón, que había pertenecido a su padre, el Infante Don Luis, retratado con ella por Goya. Ésta permaneció en poder de los herederos de Wellington durante más de una centuria, pero fue robada de la residencia familiar en 1965, desconociéndose hoy su paradero. El collar: que debería haberse devuelto al rey de España, quedó en propiedad de la familia por gracia especial concedida para no desmembrar la colección de condecoraciones del héroe de Waterloo.
Otro collar de singular valor histórico fue el que lucía el rey Alfonso XIII el día de sus nupcias, en 1906, que resultó roto durante el atentado anarquista perpetrado por Mateo Morral contra la carroza regia. Una de los eslabones fue depositado por la Infanta Paz, como exvoto, en el santuario bávaro de Nuestra Señora de Alftting, donde aún se conserva.
En 1931, la segunda república declaró extinguida la orden, aunque recibió la devolución de algunos collares de caballeros fallecidos en aquellos años. Las vicisitudes de la Familia Real en el destierro afectaron a la orden. En 1933, tras la renuncia a sus derechos del Príncipe de Asturias y del Infante Don Jaime, éstos pasaron a su hermano Don Juan, quien en 1941 se convertía, por abdicación y muerte de Alfonso XIII, en jefe de la Casa Real y Soberano del Toisón, conociéndosele como Conde de Barcelona. En 1960 se publicó un libro del marques de Cárdenas de Montehermoso, en el que se defendía que el infante don Jaime solo había enunciado a sus derechos a la Corona de España, pero nunca a los del ducado de Borgoña y a la soberanía del Toisón. No se tenía en cuenta que el infante, se decía jefe de la Casa Real de Francia, la cual, según la Paz de las Damas de 1529, reconocía la soberanía del Toisón en el rey de España. Así las cosas, don Jaime otorgó varios toisones, aunque algunos de los agraciados, como el presidente De Gaulle, rechazaron el ofrecimiento. También es sabido que, en alguna ocasión, los representantes diplomáticos españoles tuvieron que intervenir para desempeñar en casas de préstamo el collar del Toisón del Infante, y evitar así una situación de cierto escándalo y descrédito hacía su persona y también hacía la orden.